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Por aquello de hacer vida comunitaria, me ofrecieron voluntaria para colaborar en un taller infantil. La idea me parece buena. Vida de barrio. Unos se ayudan a los otros. Se conocen… más aún. Había talleres de juegos, de música, de deportes varios. Pero no: me tocó el taller de maquillaje. Estuve días preparándome caritas de animales que había mirado en Internet. Gatos, ositos, hasta un búho. Me preparé varios maquillajes de princesa, de indios, de dráculas y otros monstruos… Pero unas horas antes del evento, una pre-adolescente, al conocer cuál sería mi función, me dijo: “yo iré para que me hagas un tribal”. Glups y re-glups. Me dio el tiempo justo de copiarme en mi libreta mágica unas cuantas formas tribales.
Una vez ante la cola interminable de menudas, comprobé que lo que a mí casi no se me ocurrió, ellas lo tenían más que claro. En lugar de animalitos (bueno, por aquello de la ley de Murphy, me cayó un conejito), de indios o dráculas, las enanas querían ser modernas y maquillarse con tribales. Todas, no falló ni una, me pidieron piercings. Algunas pinturas brillantes. Varias sucumbieron cuando les ofrecía pintalabios de brillo y algo de purpurina. Mientras, los niños, que yo pensaba que harían cola para disfrazarse de malos, jugaban tan campantes.
Conclusión, tenemos una nueva generación de futuras mujeres sometidas a los yugos de la estética. No se van a permitir (o no les van a permitir) ser como son. Quieren ser como sus heroínas, que, no hace falta decirlo, tampoco son lo que son. Las niñas no quisieron maquillarse para cambiar de personaje y dejar volar su fantasía. Las niñas, algunas de ellas verdaderamente enanas, ya quieren ser como las famosas a las que admiran, y lucir tatuajes y piercings. Las niñas no quieren ser niñas. No quieren ni jugar a ser niñas. Las niñas, ahora, las pequeñas, cuya edad se cuenta con los dedos de una sola mano, quieren ser como Britney o monstruos similares. Quieren ser sólo como el "después" que las ahoga. Como el ópalo falso de la cal.
Desde aquí reivindico las verdades. Las niñas con derecho, una vez más, a ser niñas. Para eso, quiero romper sus máscaras, las de ellas, las Britney del mundo. Las diosas de mentira...
Para empezar, tomo una de esas fotos clásicas del “antes y después”: aquí tenemos a tres de las guapas clásicas ejerciendo su papel de guapas.

Aquí tenemos a las mismas mujeres sin esas diez capas. Maquillaje ligero o inexistente, y dejan de ser diosas para ser personas. Sonrisas anchas, mayor entrega, mirada franca. Pero así, como son, no son enseñables.

Es el mismo caso el de otra diosa de la belleza, a la que, por cierto, se margina de la publicidad o se le aumenta el caché alegremente, según cómo decida divertirse en su vida personal...

Hasta a la bella Angelina Jolie, después de operada, cuando no está recién maquillada se le llegan a notar los rasgos de cansancio...
Las niñas aprenden muy pronto que las guapas de su mundo son postizas, no ríen generosamente, son contenidas, y han de mantener en todo momento una actitud altiva. Recordemos que en buena parte son el modelo de algo más del 50% de la población.
Si hablamos de la cirugía estética, la cosa ya no tiene nombre. La culpa es de todos, estoy segura. Pero ¿cómo hemos permitido que un personaje sin más valor que el de ser relativamente mona, y tras pasar por cirugías por el importe que los demás usaríamos para comprar una casa, se convierta en sex-symbol? Eso sí, supo empezar por emparejarse con famosillos hasta conseguir un nombre. Hablo de Elsa Pataky, que ha cambiado desde el color de sus ojos hasta sus dientes, pasando por sus graciosos mofletes, la forma de todo su cuerpo (virguería que parece que se llama lipoescultura). Si todo eso fuera natural, creo que, francamente, tampoco debería tener esa notoriedad. Pero siendo más falso que un duro de cuatro pesetas… En un póster de los suyos deberían poner el nombre de su cirujano en lugar del suyo. La noticia es que sigue sin haberse operado el cerebro…
(por cierto, los 10.000 € de la foto tienen unos cuantos siglos: hace unos cuatro años la suma ascendía a 20 millones de las antiguas pesetas... y subiendo!). El de la Pataky es, con diferencia, el caso que peor me cae porque le veo menos méritos que a las demás y, sobre todo, porque sigue diciendo que su “natural” belleza le ha puesto las cosas ¡más difíciles! Manda narices. Con no operarse, ¿verdad? Pero es que si a la Pataky le quitas su "natural" belleza se queda en... ¿alguien sabe si sirve para algo que no sea mostrarse? 
Pero además de la Pataky, Pero además de la Pataky, la lista es interminable. Por ejemplo:
Cameron Díaz

Demi Moore
Pamela Anderson
Sharon Stone
Y Angelina, por duplicado, en sus versiones de diosa y humana. 
Arriba, Nicole Kidmann, con un resultado de Más arriba, Nicole Kidmann, con un resultado de dudoso éxito, pero que indudablemente consigue imponernos. En la foto de la izquierda, Natalie Griffith: sólo hace falta comparar las sonrisas de ambas fotografías para apreciar qué se ha perdido por el camino... También, por más que se estire la piel hacia arriba, la mirada ha perdido la alegría. Las diosas parecen no tener pasiones...
Abajo, Paulina Rubio, antes y después.

Sharon Stone, antes y después de una de
sus últimas operaciones de estética.
Todas ellas, sin ninguna duda, son bellas. Nacieron guapas, guapísimas, monas o fascinantes, pero todas nacieron personas, de carne y hueso. Y un buen día decidieron encorsetar sus facciones, plastificar parte de su anatomía y limitar su naturalidad. Probablemente, todas ellas ya fueron en su día víctimas de ese querer ser como las diosas a las que admiraban... Sumergieron sus sonrisas bajo kilos de maquillaje hábilmente administrado, o pasaron por el quirófano una y otra vez. Algunas (en eso hay que decir que también algunos) corrieron el riesgo y perdieron, y se les quedó para siempre el rostro completamente inexpresivo. No inexpresivo a lo diosa. Inexpresivo a lo figura de cera. Todos conocemos algunos casos. La mayoría fueron borrados de la escena.
Y a todo ello, le podemos añadir aún las posibilidades del photoshop, que hacen que encima parezcan más delgadas, con dos tallas más de sujetador, que se hayan pasado la plancha por el cutis esa mañana y que hayan bajado un trozo de cielo para ponerse en los ojos... Aquí se puede ver cómo, con un mouse como herramienta, se ha esculpido el cuerpo de Mariah Carey para que apareciera irresistible en la portada de la revista.
A Jessica Alba, icono sexual, le han recortado torso, cintura, caderas, piernas, brazos... Le han aumentado el volumen de los senos, se los han realzado, y la han iluminado. De una persona con un tipo excelente, han construido una imagen de formas imposibles.

La modelo Tyra Banks y la sexy actriz Kelly Clarkson, sufren una transformación tal que las convierten en figuras distintas.


Esta modelo, para ocupar el espacio de una portada, es retocada en múltiples detalles, pero es particularmente llamativo cómo se le modifica el volumen y la forma de sus senos.

El resultado es que las pequeñas, sobre todo ellas, admiran de forma desmesurada a personajes que no son en absoluto reales. Quieren tener la constitución minimalista de las modelos –la mayor parte de las cuales sufren lo indecible para mantener ese peso que apenas ofende a la gravedad−, los senos, grandes y mirando siempre al cielo, como las operadís
imas de la tele, y el cutis como si se hubieran bañado con jabón de photoshop, ellas, que aún están en edad de usar el gel de nenuco o similares. Aún les falta para llegar a la adolescencia y ya están sufriendo por considerarse horribles. Desprecian su frescura natural, su potencial de alegría, su inteligencia, su sensibilidad, y luchan por negarse aquel helado o un refresco. Tendrán durante mucho tiempo o para siempre esa lacra interna, hecha de la hipocresía que les da nuestra sociedad: no seáis anoréxicas, que es malo, pero ver qué maravillosas son estas mujeres perfectas.
Pues bien, habría que tomar el cuerno por los toros y cambiar la información que les llega. Que se prohibiera cualquier mentira de este calibre, empezando por las formas desproporcionadas de sus muñecas. Ningún anuncio con ninguna operada, especialmente en la calle y en el horario infantil de televisión. Ningún maniquí de tallas extremas.
De alguna forma habrá que cambiar este sometimiento absurdo de las mujeres a los cánones estéticos más férreos. No sé si es una forma más de falocracia o, como en tantos otros casos, lo que inician los hombres, las mujeres lo continúan multiplicado por diez. Parece evidente que los hombres también son mucho más exigentes con las formas de sus amantes masculinos de lo que lo son las mujeres heterosexuales. Pero por ahora no se ven cientos de adolescentes masculinos suplicando por ponerse prótesis con forma de músculo abdominal. No consigo explicarme cuál debe de ser la razón para estos extremos, pero sé que no vamos bien... Se consiguió que los personajes que fumaban dejasen de resultar atractivos o más fuertes o más misteriosos o lo que fuera. Ahora hay que dar otro paso, porque lo que sucede ahora, no sólo es indigno para el conjunto de las mujeres, no sólo es tremendo para cada una de esas víctimas, sino que es toda la sociedad que se pierde su capacidad para ser felices y hacer felices a los demás.
Quisiera desterrar de todas aquellas niñas, preciosas todas, la idea de emular a las falsas diosas de plástico. Quisiera desterrar de ellas el sueño de ser de una perfección altiva, rígida y de sonrisa contenida. Quisiera borrarles sus futuras obsesiones por dejar de ser ellas mismas. Y quisiera, que es lo peor, también borrarlo de mí misma, que lo aprendí de mi madre; y de mi madre, que con sus incipientes arrugas, sus curvas paulatinas y su sonrisa gigante es, también, guapísima.
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Y de nuevo Jennifer López, antes y después de calzarse la divinidad...