Cuando las cosas SÍ cambian

(entrada escrita sin mente; sólo con ese entusiasmo tan largamente esperado)


Hoy, día grande: el Parlament català, por fin, ha prohibido las corridas de toros en su territorio. A pesar (muy a pesar) del PP. A pesar de la estremecedora industria taurina. A pesar, en buena parte, del PSOE. A pesar de una parte de la sociedad "bienpensante", incluyendo realezas, vips (curiosidad: si se juntan ambas palabras se consigue "real-vileza") y los que aspiran a ser lo uno y a codearse con lo otro.


Muy posiblemente al resto de la península le quede apenas media generación para que se propague esa misma sensibilidad a eso que algunos llaman espectáculo. Muy posiblemente, a esas alturas ya hayamos alcanzado en otras partes nuevos pasos hacia la consideración hacia esos iguales que son los animales. Puede que para entonces no encarcelemos a las bestias en zoos, ni admitamos ningún espectáculo ni de circo ni de magia con seres vivos como protagonistas. Pero cualquier anticipación, un año, un día... cualquier animal no muerto a base de tortura, es importante (de ahí que me sorprenda e indigne esa moratoria de... ¡¡¡año y medio!!! en su aplicación).



Hoy sí: me siento orgullosa de vivir en un rerritorio que se ha mostrado un poco más civilizado. Hay mil pasos por dar, pero éste era de los imprescindibles. Esta vez (a diferencia de otras, no hay que olvidarlo), ha triunfado la Iniciativa Legislativa Popular.


Esta vez el muerto no es el toro, sino la salvajada. El negocio. La crueldad. La bestialidad.


Esta vez, ganamos la esperanza para que Esperanza perdiera. Esta vez sí, estoy segura: las cosas SÍ pueden cambiar. Bonita lección la de hoy.



Hoy es un día grande, enorme. Un día para recordar. Un día para que no olvidemos que, a veces, las cosas pueden cambiar.

Sábado 'estelado'


Después de todo este tiempo de ver cómo guardamos la silla y callamos, cómo permitimos que jueguen con nuestras vidas sin que deban hacer apenas el esfuerzo de maquillar las excusas, después de que hayan conseguido hacernos creer que no vale la pena ninguno de nuestros lamentos y de que nos hayan debilitado a fuerza de convencernos de tener la vitalidad enferma, este sábado se abrieron las compuertas de entrada de las baterías de la esperanza.

Un sábado por la tarde, en un día de playa, a una hora de siesta, con una temperatura que invita a guarecerse, Barcelona se inunda de senyeras y esteladas. Millón y medio de personas que creen, no ya que pueden cambiar las cosas, sino que es imprescindible hacer llegar el mensaje al otro lado. Gente de todas las edades, todas las condiciones, catalanes de cuna y de adopción. Todas las vías de acceso al punto de encuentro colapsados de personas que se movilizan por un bien común, por una cuestión casi de dignidad. No éramos pocos los que veíamos el espectáculo con la mirada entelada y la piel de gallina.

Por si queda alguien que no haya entendido qué se está viviendo en este rincón del mundo, contaré que los catalanes asistimos atónitos a la amputación del texto que eligió libremente el pueblo en referéndum. Desde un despacho politizado, a 500 km de distancia geográfica y a años luz de distancia humana, se decide que varias de nuestras instituciones pierden legitimidad, poder de decisión y atribuciones. Se decide que el catalán no puede ser lengua preferente en la televisión autonómica. Que tampoco puede serlo en las administraciones catalanas. Se decide que, después de tres décadas de ejemplar convivencia lingüística, hay que cambiar el modelo de enseñanza para que el castellano pueda convertirse en lengua vehicular. Hay muchísimos otros cambios impuestos por la lucha intestina de los partidos del gobierno y su oposición, que así ganan terreno presuntamente electoral; pero los que afectan a la propia naturaleza de este trocito de mundo, los que alteran la esencia de un pueblo hasta el punto de determinar la importancia que debe tener la lengua materna en su normal funcionamiento, ésos prueban sin género de dudas que no se nos entiende ni hay ganas de llegar a hacerlo.

Un millón y medio de personas que ni tan sólo seguían las proclamas organizadas desde los partidos políticos. Un millar de autocares llegados desde todos los puntos del territorio. Una marea humana convencida de que se habían traspasado los límites y que espontáneamente encubrió la cabecera de los políticos, de forma que los protagonistas no eran las siglas sino las ideas. Los egocéntricos de siempre quedaron camuflados entre las personas. Así sí.

No sé qué van a hacer ahora desde las dependencias de la Generalitat, ni si va a cambiar en algo el recorrido político catalán; pero ahora todos sabemos que estamos unidos, tenemos conciencia de grupo convencido, de que podemos salir a la calle para inundarla de nuestra petición de justicia y que, si queremos, si de verdad nos lo proponemos, nada ni nadie va a poder frenarnos.

Si estirem tots, segur que tomba.