Si el árbol no te deja ver el bosque... Jarabe de aroBos

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Cuando sonaban nombres para ‘La semana de…’ y se habló de Arobos, a quien medio conocía de algunos comentarios en casas queridas, acudí por vez primera a su blog y, sin esperarlo, fui zarandeada. Como si se me quisiera despertar bruscamente de un sueño pesado. La pesadilla de las cosas que tienen importancia frente al sueño de las importantes. Arobos cuenta con palabras pequeñas y cosas grandes.



Y contaba sobre sus quejigos. Árboles con nombre de haber sufrido. Árboles que, sin duda, fueron un día, y como a casi todo lo importante, se les empujó fuera del mapa urbano -mapa vital-, y la urbe creció y creció, y arrasó y se comió quejigos y recuerdos de haber querido quejigos, y tiñó tantas esperanzas de color gris-cemento.

Colecciono en número similar las ideas ingenuas sobre ‘lo posible’ y las bofetadas de escepticismo con que azota perseverante la realidad. Como si uno sabe que es posible hacer castillos de arena, pero apenas roza la mano constructora el material, se desmenuza en millones de direcciones distintas cualquier atisbo de unión. Creo, y me sorprende una y otra vez la dispersión de la arena. Creo, pero apenas he visto. Apenas oí hablar. Apenas me quedan ya sueños.

Pero Arobos conserva en su blog simientes de quejigo. No hace falta creer, ni imaginar, ni haber visto. Arobos hace un hueco y las raíces proliferan; hasta alcanzar los sueños. Me lanza su liana vehemente, se acerca armado para desarmar. Los quejigos no saldrán jamás en los diarios, pero nos hacen saber que existen, que si sus raíces se hincan con fuerza, pueden hacer que los sueños penetren en las tierras más baldías. También los míos, los viejos sueños nuestros que me resisto a olvidar.

Y es que Arobos, cuando mira lo que mira el niño que aprende que uniéndose puede formar un bosque; cuando se detiene en los caminos de su entorno para ver cómo se transforma el monte cuando ha llovido, o lo que uno puede encontrar en las flores del almendro a poco que busque; cuando Arobos cuenta de sus gentes, de los amigos que se fueron –habiendo dejado tanto–, de las muchachas que quieren perder la soltería por San Antonio, de los cantos que acompañan a esos pasos de santo –esos santos, que aguardan impacientes el día de salir a pasear–; cuando Arobos nos entrega su mundo a los que nos detenemos en su casa, no sólo nos trae unos instantes de sosiego, sino que nos recuerda con enorme potencia las cosas que son verdaderamente importantes.



Es por eso que desde aquí quiero recomendaros que visitéis su blog, que os inundéis de El Bosque y de su literario habitante, porque Arobos consigue regar lo escondido: las enormes cosas pequeñas. Para él, y para cuantos deseéis interrumpir la emisión, os dejo este tema de Krahe –para que llegue su canto adonde no llegan mis palabras– y, a continuación, una de sus hermosas entradas: la de la plantación colectiva de quejigos. Os la recomiendo especialmente para aquellos momentos en que se deja de creer en el bosque, en la creación de algo superior a la suma de individualidades, cuando no se cree en poder transformar el microclima del lugar. Para que nunca dejemos de creer en ello y para que nunca dejemos de regar lo importante.
















1 de febrero de 2010



 
Cuando un colectivo humano se une para sacar algo adelante, lo consigue. Aquel refrán que afirma que "la unión hace la fuerza" es una verdad como un templo. Una frase muy apropiada para lo ocurrido el pasado día 30 en El Bosque, día en que cientos de vecinos participaron en una plantación masiva de árboles: niños y niñas, padres, madres; jóvenes, mayores... Un río de gente se vio bajar y acercarse al lugar de la plantación. El día, propicio; soleado y limpio; alguna que otra nube se asomó a ver el espectáculo protagonizado por las más de quinientas personas que quisieron participar en la tarea. A mediodía, un sinfín de manos se pusieron a la obra, y en poco más de una hora, 200 quejigos hundieron su cepellón en la tierra. A la gente se la veía feliz; risueños y juguetones los niños, que ese día recibieron una de las más bonitas lecciones que dárseles pueda: una lección de solidaridad y cooperación, y de amor a la naturaleza. ¿Qué meta hay que un pueblo no pueda alcanzar si se lo propone? Solo hace falta la voluntad de alcanzarla y la unión de "todas las manos".

(para ver el vídeo que adjunta a la entrada, seguid el enlace)

Gracias, Arobos.
 

Ni de coña



Una vez más, no he llegado a buscar la información que quería. A poder justificar con datos. Por eso le pongo el alma y confío en que los interesados puedan buscar la información que les interese.

Debido a la propuesta de reforma laboral del gobierno (de izquierdas, manda...) que, entre otras muchas pérdidas de derechos laborales, quiere imponer el retraso de la edad de jubilación a los 67 años, se ha convocado para esta tarde, 23 de febrero, una manifestación. La convocan los principales sindicatos y algunas fuerzas de izquierda  (Izquierda Unida).

Pienso de verdad que desde el poder se aprovecha la circunstancia de la crisis para imponer pérdidas de derechos de los trabajadores. Como si no estuviéramos ya suficientemente perjudicados. Pienso que no hay nada menos justificable para disminuir las cifras del paro que prolongar la vida laboral de los que trabajen, dejando a los "jóvenes" durante más tiempo en la cola del Inem.

La medida, como siempre, perjudica más a las clases obreras, que tienen una menor esperanza de vida y que no cuentan con los acuerdos para prejubilaciones millonarias.

Por todo ello, esta tarde se sale a la calle. Fuerzas unidas. Disipemos diferencias accesorias y gritemos a una: Jubilación a los 67, ni de coña.

- Barcelona: 18h en plaza Urquinaona.
- Madrid: 19h en Neptuno.
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Homófonas

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                                             Kalahan - Kansas City

No tengo más bienes que mis sueños. Más horizonte que tu piel. Más pasado que lo que construí para recibirte. Y aun así, quiero que te quedes.



En las noches oscuras a veces tengo miedo. Sobre todo a mí, que me alzo como monstruo en cuanto me atenaza la soledad. También lloro fácilmente, incluso me retuerzo de dolor, por venenos que me alcanzaron ya de niña y a los que jamás me habitué. Una ala herida, por ejemplo. Y la mía sangra sin remedio. Así que ando sin anestesia desde siempre. Bruta, franca, animal. Y aun así, quiero que te quedes.


He avanzado poco y a trompicones. Nunca supe coser. Jamás entendí la importancia de wall street, no me aclaré con índices dow Jones, y cambiaré todo el oro del mundo por un minuto a tu lado. Invertí los tiempos en leer. Llené los espacios de pentagramas. Ni un solo gesto diestro. Todos los disparos se fueron al cielo. Jamás alcanzaron una sola nube. Rozaron la cara oculta de la luna tratando de que se despedazara y me permitiera, por fin, vivir del lado del sol. Y aun así…


Marília Viegas. Mapas II 

Colecciono ya las películas que quiero compartir. Me esperan mientras te espero. Atesoro segundos (incluso terceros, aunque jamás completos) de perspicacia. Siempre me llevé mal con los poderosos y los discursos se me atragantaron todos apenas salieron de mi entraña turbulenta. Ardí en fuego impenitente y mis cenizas se quebraron porque Phoenix quedaba siempre más lejos de lo que mis pasos podían alcanzar. Y aún. Aun así. Quiero. Aúname.
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De mayor quiero ser delincuente



No es mi intención hablar aquí –aunque podría hacerse durante horas– de esas cárceles que pueden llamarse VIP, y que ocupan espacios de las noticias cada tanto (el espacio que puede ocupar su descriptivo es inversamente proporcional a la riqueza del país; por ello en casa, de pasado grisáceo, no es tan rara la noticia de exageraciones en los espacios/tratos).



Pero en esta ocasión, y aunque no sea demasiado políticamente correcto, me quiero referir a las cárceles “normales”, a las que van a parar delincuentes comunes, violadores, asesinos y también rateros de pocos recursos con los que la vida ha sido especialmente injusta.

Había oído, con sorpresa, que una estancia en la cárcel salía bastante más cara que la de un hotel de cinco estrellas. Había oído, sin apenas poder dar crédito a mis interlocutores, que había aumentado el número de delincuentes de poca monta que “la liaban” para poder pasar una temporadita “en el talego”. Es así. Allí descansan, comen bien, ni pasan frío ni pagan alquiler, les arreglan la boca, hacen colegas, ven su pantalla plana que tienen todas las celdas, se apuntan a algún cursillo divertido y salen como nuevos.



Pero lo que me dejó petrificada fue una noticia, minúscula, alrededor de los días de Navidad. Los presos de una cárcel próxima a Manresa (provincia de Barcelona) se amotinaron… ¡¡por no recibir este año el lote de Navidad debido a la crisis!!



Para hacerse cargo de mi berrinche, hay que aclarar que el gobierno que les concede ese peculiar derecho a sus presos, no considera que sus trabajadores sean merecedores de ese mismo privilegio. Los funcionarios no han recibido nunca en la vida un lote. Tampoco nunca se les ha pagado una comida de celebración navideña, como se les hace a ellos. Me imagino con qué cara debía repartir los lotes el pobre celador mileurista de aquella institución, mientras él se iba con las manos vacías a su casa. ¿Soy yo o llega a ser de locos?



Por supuesto, a los trabajadores de ese estado tampoco se les rehace la dentadura, no se les pagan los estudios, ni sus instalaciones lúdicas (es sobradamente conocido que hay cárceles en nuestro bananero país con piscina, gimnasio… y en todas, desde luego, hay teatro, para que se entretengan mientras “pagan” su deuda con la sociedad). De ahí salen con piso protegido, con una prestación de desempleo y con un asistente social en los talones pendiente de sus necesidades.
Piscina de la prisión Els Lledoners (prov. Barcelona)

Aunque no me merecen el mismo respeto el que hurta carteras a los turistas que un violador, por poner un ejemplo, creo que uno y otro debieran trabajar, contribuir al pago de su estancia y al acceso a todos esos servicios. Lo mismo da que ensobraran recibos bancarios o que hicieran faenillas de carpintería. Pero dudo mucho que tal y como están las cosas, la cárcel sirva para rehabilitar ni para disuadir de llevar cierto tipo de vida.



Ahí no queda todo. Unos días después salía otra de esas mini-noticias sobre cárceles. Parece que tienen un economato/tienda donde disfrutan de precios excepcionalmente rebajados. En alguna ocasión ha habido pequeñas trifulcas porque les habían limitado el número de bebidas alcohólicas que podían consumir al día. Pero allí se les hacen además grandes ofertas. Una de las últimas en otra cárcel española era la de un paquete con dos fuets. Cuando llevaban repartidos unos cuantos de esos paquetes a cualquiera que se acogió a la oferta, un preso les avisa, algo traspuesto, de que en el paquete, como anunciaba su envoltorio, había de regalo un magnífico… cuchillo de cocina!! Con una afiladísima hoja de 11 cm para más señas. ¿Pasarán cosas así en algún otro lugar del mundo?



En fin, que yo quiero tener esos precios también. Quiero tener tiempo y dinero para hacer cursos que me ilustren, quiero no pagar alquiler y dedicarme a leer o escribir. Quiero que me hagan conciertos, que me den de comer gratis –con extras los días de fiesta–, quiero mantener el derecho a echar el polvo de la semana en la intimidad. Quiero que me den un lote de Navidad. Quiero aprender a tener pocos escrúpulos para, de mayor, ser delincuente.



P.D. Y cuando por fin vayan a la cárcel algunos de esos personajes de la trama Gurtel, o el mafioso Fabra si algún juez por fin se atreve a juzgarlo, o el ‘encantador’ Millet (como decía Ramon en Grito de lobos hace unos días), etc., espero que sufran tanto allí que queden rehabilitados para siempre.

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Nota: después de una temporada de castigar cuerpo y mente con una absoluta falta de tiempo, y para tomar aire para lo que me espera en breve, me marcho unos días fuera. Si todo va bien, voy a ver cómo anda el mundo por el sur, y a la vuelta os lo cuento. Guardar calentito el Cajón y sus links amigos.