No voy a hablar de la metáfora de la lucha por hacerse con el balón de la vida. La parábola de un pase marcador. Ni siquiera me parece especialmente representativo que en los últimos tiempos en Córdoba se haya llevado a cabo un ciclo con el nombre de Poesía a patadas, que ha acabado en una publicación. Sé que ha habido poetas de un determinado nivel que le han dedicado algún poema al fútbol o a determinado jugador. Y hoy, de formato menos poético pero para mí sorprendente también, Google nos dibuja sus oes con pelotas y estadios.
Pero lo que verdaderamente me ha llamado la atención en estas últimas semanas, creo que desde el famoso 2-6, es que al menos en tres blogs de poesía que sigo habitualmente se haya hablado de fútbol. Son de las entradas que han recibido más comentarios. Eso no siempre significa tener más visitantes, pero es sospechoso, la verdad.
Esta mañana, mientras buscaba las noticias, veía un anuncio del partido que darán hoy. Ese partido (ya no tengo claro si es la final de la copa de Europa o si ahora se tiene que llamar siempre la Champions League: ¿será que ya no dan copas?) que, una vez más, y como ha pasado repetidamente en el último mes escaso, paralizará la ciudad. Si, además, el equipo local vence, deglutirá el centro con su magma humano. En el anuncio al que me refiero, un equipo vestido con unos colores que no reconozco, tras marcar un gol, se abrazaba entre sí. Recordaba otras escenas en que en las gradas, perfectos desconocidos se felicitaban con una entrega física que no deja de ser chocante en unas generaciones de remilgos homofóbicos evidentes. Queda claro que algo me pierdo. Aunque en alguna ocasión ya he comentado lo que pienso acerca del fútbol , hoy voy más allá. En cómo rayos debe conseguir ese deporte superar tantas fronteras que nos son evidentes en el día a día.
Pero lo que verdaderamente me ha llamado la atención en estas últimas semanas, creo que desde el famoso 2-6, es que al menos en tres blogs de poesía que sigo habitualmente se haya hablado de fútbol. Son de las entradas que han recibido más comentarios. Eso no siempre significa tener más visitantes, pero es sospechoso, la verdad.
Esta mañana, mientras buscaba las noticias, veía un anuncio del partido que darán hoy. Ese partido (ya no tengo claro si es la final de la copa de Europa o si ahora se tiene que llamar siempre la Champions League: ¿será que ya no dan copas?) que, una vez más, y como ha pasado repetidamente en el último mes escaso, paralizará la ciudad. Si, además, el equipo local vence, deglutirá el centro con su magma humano. En el anuncio al que me refiero, un equipo vestido con unos colores que no reconozco, tras marcar un gol, se abrazaba entre sí. Recordaba otras escenas en que en las gradas, perfectos desconocidos se felicitaban con una entrega física que no deja de ser chocante en unas generaciones de remilgos homofóbicos evidentes. Queda claro que algo me pierdo. Aunque en alguna ocasión ya he comentado lo que pienso acerca del fútbol , hoy voy más allá. En cómo rayos debe conseguir ese deporte superar tantas fronteras que nos son evidentes en el día a día.
Sigo también algunos programas culturales. El Ànima me devuelve la visión de un coreógrafo: se emociona, dice, ante la danza del balón. En Singulars, a un juez con grandes cosas por aportar en el terreno de la educación, se le pregunta por duplicado sobre el fútbol, con… diez? minutos de diferencia. En las tertulias se azuza a los colaboradores para que se declaren a favor del Barça o bien en contra porque es catalán. ¿Es cosa mía o resucitan un equivalente de las dos Españas? No hace mucho veíamos un “debate” a las puertas del Congreso con sendas camisetas deportivas. Hoy era noticia la porra que se hacía por los pasillos.
Pero lo que más me impresiona es la entrevista a Carol López. Carol es una directora de teatro, más o menos innovadora y, además de muchas otras cosas, fue mi mejor amiga de la primera infancia. La veo y está igual que a los 7 u 8 años, cuando le perdí la pista. La oigo, y es inteligente, directa, franca. No se calla una. Ante la pregunta de a quién admira, dice, literalmente, “hoy, a Pep Guardiola”.
Insisto, ¿qué pasa con el fútbol, que hasta el arte gira alrededor suyo? Los que no tenemos ni pajorela idea, ¿de pronto somos algo parecido a analfabetos? Que alguien me explique, por favor, la poesía que tiene la entrega en el campo, y que no afecta a los jugadores de hockey. Qué tiene para cambiar las costumbres masculinas de este país, y por fin se prodiguen afecto sin incomodarse. Que alguien me diga por qué alcanzar un fuera de juego es un paso de baile en una coreografía de pantalones cortos, y no sucede así en los 100 metros mariposa. Hasta algún partido abertzale prodiga sus ideas ya con mensajes futbolísticos. Que alguien me abra los ojos, y me cuente cómo es que se debaten a través de determinados colores lo que debería aclararse mediante mecanismos políticos. Porque lo único que entiendo de veras, como mi antigua amiga Carol, es el gran teatro que todo esto mueve.
Pero lo que más me impresiona es la entrevista a Carol López. Carol es una directora de teatro, más o menos innovadora y, además de muchas otras cosas, fue mi mejor amiga de la primera infancia. La veo y está igual que a los 7 u 8 años, cuando le perdí la pista. La oigo, y es inteligente, directa, franca. No se calla una. Ante la pregunta de a quién admira, dice, literalmente, “hoy, a Pep Guardiola”.
Insisto, ¿qué pasa con el fútbol, que hasta el arte gira alrededor suyo? Los que no tenemos ni pajorela idea, ¿de pronto somos algo parecido a analfabetos? Que alguien me explique, por favor, la poesía que tiene la entrega en el campo, y que no afecta a los jugadores de hockey. Qué tiene para cambiar las costumbres masculinas de este país, y por fin se prodiguen afecto sin incomodarse. Que alguien me diga por qué alcanzar un fuera de juego es un paso de baile en una coreografía de pantalones cortos, y no sucede así en los 100 metros mariposa. Hasta algún partido abertzale prodiga sus ideas ya con mensajes futbolísticos. Que alguien me abra los ojos, y me cuente cómo es que se debaten a través de determinados colores lo que debería aclararse mediante mecanismos políticos. Porque lo único que entiendo de veras, como mi antigua amiga Carol, es el gran teatro que todo esto mueve.
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4 comentarios:
Para mí el fútbol es una declarada estrategia de homogeneización y servidumbre; hace tabla rasa de las diferencias e iguala a todos con su pulsión instintiva. Sorprende, además, cómo legitima el comportamiento violento: hoy parece normal ir por ahí haciendo el cafre, soltando aullidos ininteligibles, porque hay final; otro día un comportamiento así sería censurado por la misma masa que hoy incurre en él. También se ve como algo normal que los antidisturbios tengan que blindar el centro.
¿Catarsis colectiva? ¿Pan y circos? ¿Estrategia anestésica para embotar a las masas? Quizá un poco de las tres cosas.
Reconozco que observo el fenómeno del fútbol con estupor e incomprensión, como si fuera un extraterrestre que me dejara caer en este remoto garbanzo engreído.
Y luego, en un juego tan absurdo, ¿cómo alegrarse porque ganan unos u otros? ¿Qué sentido lógico tiene algo así? Ah, claro, hay que sentir los colores... ¿y eso que será?
Desasosegante perplejidad.
Me gusta cómo le tomas el pulso a lo real.
Abrazos
A mí tampoco me gusta el futbol pero la verdad es que me alegra que gane el partido de la ciudad. Creo que una buena parte de nosotros somos contradictorios porque nos quejamos de todo lo que mueve el futbol con razon pero preferimos que gane un equipo u otro. Quizas es que va mucho mas alla del deporte y nos mueve ideologias o amores poco confesables por nuestro entorno territorial. Y tambien cosas parecidas a la tirria por colores contrarios, la verdad. Una cosa es lo que sabe nuestra cabeza y otra lo que no podemos evitar sentir.
A mi m'agrada el futbol, no és que estigui orgullós però disfruto de partits com els que hem vist últimament. No obstant, al veure el titol de l'entrada d'avui pensava que t'havia afectat també la febre de parlar de futbol on sigui i per dir el que sigui.La teva queixa té tot el sentit perquè avui era impossible posar la tele o la ràdio o parlar a la feina i no tocar el tema del futbol. Fins i tot jo estava ja una mica fart. Un petó. Xavi
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Estoy de acuerdo en que ya no entiendo nada. A mi no me gusta el fútbol, desde nunca o desde siempre. Lo que ha cambiado es que antes los artistas e intelectuales marcaban unas distancias que ahora ya no marcan. Para justificarse hablan de arte. Mi no comprender para qué justificar un plato de macarrones, por decir algo. Si te gusta, pues mira, hártate de macarrones sin torturas (apuntemos ese título: "Macarrones sin torturas"). Fíjate que pasa lo mismo con la cocina. Es arte todo aquello que algunos necesitan justificar. Justificar que te gusta el fútbol lo mismito que al paqui de la esquina, o que te gastas un dineral en una espuma de zahanoria. Para mi el arte es otra cosa. O si aceptamos fútbol como arte yo ya me pongo a reivindicar como un loco. Que ya podría ser, que la postmodernidad favorece estos excesos.
Otro tema sería algo que leí en un libro fantástico que recoge todas las entrevistas a Jaime Gil de Biedma (es una entrada pendiente en mi propio blog). Decía el poeta que cuando uno es joven necesita diferenciarse e individualizarse (también mineralizarse, pero eso ya no lo decía Jaime Gil sino nuestros dibujos de la infancia). En cambio cuando vas ganando años el formar parte de un grupo de modo claro es una forma de protegerse de los desmanes del mundo. Cada vez es más cansado ir a la contra, agota más, porque tienes menos energía. Así que el sosiego del mundo habitado en el cual respetas y te respetan es una posibilidad de felicidad social. Así, de estas forma, interpreto que ahora yo me interese más por el fútbol que en mi vida joven, que me alegre y participe de los triumfos del equipo de mi ciudad. O sea que Susana, otra posibilidad es que la intelectualidad del país ha envejecido de golpe y ya no están para batallas ni enfrentamientos. Y los jóvenes que suben son de un poco luchador que espanta. Podría ser...
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