Hay personas que, cómo decirlo, declinan definitivamente una tendencia personal a lo que habrá de ser tu identidad. Personas que acompañan, con las que creces, con las que aprendes, con las que interceptas informaciones al vuelo y las procesas de forma que te acaben por definir. Es como cuando tienes un software cualquiera y haces clic sobre la pestaña “Opciones”. Hay unas cuestiones respecto a la funcionalidad que no van a variar. Pero hay un momento en que te plantas ante las distintas posibilidades del programario, y a partir de entonces, vete tú a saber: no te vas a dejar intoxicar por el spam, tu página por defecto puede quedar en blanco o bombardearte a sucesos, o el mundo va a mostrarse en una fuente tan impasible como la Arial, o tan apasionada como la Comic Sans.
Yo, como muchos, he tenido algunas personas así de importantes en mi pasado. Algunas de esas personas me siguen acompañando de forma evidente –¡me resisto tremendamente a perderlas de vista! Merodean, a veces, por aquí, y son la muleta de mi cojera del alma-. A otras de esas personas, de importancia colosal, las circunstancias nos separaron en aquella época pre-mail y pre-móvil, y nos perdimos definitivamente la pista. La memoria, entonces, que huye cruelmente en tantas circunstancias, se activa cada poco para echar a esas personas de menos. Para preguntarse dónde, cómo y con quién andará.
De entre todas esas personas, yo tengo una Gloria. Una Gloria guapísima, inteligente, apasionada, una Gloria amiga confidente, consejera, con quien compartí mil horas estrechando lazos entre nosotras y con las cosas fundamentales de la vida. Una Gloria que por siempre habría ya de permanecer y concretarla a una en sus determinaciones.
Hace cosa de un par de meses el azar quiso regalarme que volviera a encontrar la pista de Gloria, de su vida, de su mail y de su móvil. Es por eso que hoy, 16 de mayo, he vuelto a poder brindar por ella, he podido volver a felicitarla, a mandarle un beso y a desearle lo mejor de lo mejor. Este día ha vuelto a ser tan importante como lo era años atrás. Feliz cumpleaños, mi niña. Has de saber que ya no pienso dejar que nos perdamos de vista nunca más. Va a dar igual que hayas dejado nuestra ciudad. Lo mismo me da si en un futuro abandonas la provincia, la comunidad, el país o el planeta. Sé que nunca voy a dejar ya de estar al otro lado para ti. Nos proclamo imperdibles. Y anuncio mi intención de vivir en la gloria para los restos.
Yo, como muchos, he tenido algunas personas así de importantes en mi pasado. Algunas de esas personas me siguen acompañando de forma evidente –¡me resisto tremendamente a perderlas de vista! Merodean, a veces, por aquí, y son la muleta de mi cojera del alma-. A otras de esas personas, de importancia colosal, las circunstancias nos separaron en aquella época pre-mail y pre-móvil, y nos perdimos definitivamente la pista. La memoria, entonces, que huye cruelmente en tantas circunstancias, se activa cada poco para echar a esas personas de menos. Para preguntarse dónde, cómo y con quién andará.
De entre todas esas personas, yo tengo una Gloria. Una Gloria guapísima, inteligente, apasionada, una Gloria amiga confidente, consejera, con quien compartí mil horas estrechando lazos entre nosotras y con las cosas fundamentales de la vida. Una Gloria que por siempre habría ya de permanecer y concretarla a una en sus determinaciones.
Hace cosa de un par de meses el azar quiso regalarme que volviera a encontrar la pista de Gloria, de su vida, de su mail y de su móvil. Es por eso que hoy, 16 de mayo, he vuelto a poder brindar por ella, he podido volver a felicitarla, a mandarle un beso y a desearle lo mejor de lo mejor. Este día ha vuelto a ser tan importante como lo era años atrás. Feliz cumpleaños, mi niña. Has de saber que ya no pienso dejar que nos perdamos de vista nunca más. Va a dar igual que hayas dejado nuestra ciudad. Lo mismo me da si en un futuro abandonas la provincia, la comunidad, el país o el planeta. Sé que nunca voy a dejar ya de estar al otro lado para ti. Nos proclamo imperdibles. Y anuncio mi intención de vivir en la gloria para los restos.
2 comentarios:
Que maco. Fíjate que hay momentos en los cuales se confirma que nunca nos separamos demasiado. Si sentimos y pensamos (es un poco lo mismo) con intensidad, aunque el tiempo pase y unos vayan hacia un lado y otros hacia el otro, si de verdad existe esa necesidad mutua de compartir para ser mejores, para ser más listos, para estar menos solos, para estar más seguros, hasta te diría que para ser más guapos, si de verdad existe esa necesidad de ser amigos, los caminos vuelven a unirse porque así lo decidimos día tras día. I felicitats per la Gloria!
Pues lo cierto, Ramon, es que hasta hace unos pocos meses pensaba que lo que dices no era cierto. Pensaba que, injustamente, había personas que desaparecían de nuestras vidas, antes de que hubiera cosas que no cambiaban. Reencontrar a Gloria me ha cambiado las ideas para llegar a unas conclusiones similares a las tuyas. Ya debes de tener tus propias Glorias haciéndote mejor, más listo, más seguro y más guapo. Ahora lo entiendo todo! ;o)
También hay reencuentros en los que lo que se perdió no fue el contacto, sino el código de comunicación. Cuando reencuentras a ese amigo, el corazón hace una fiesta. ¿Te suena? ;o)
Gracias, Ramon. Por lo uno y por lo otro.
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