Ella era mi artefacto suicida. Había conseguido desprenderse de su regidor, y seleccionaba sus próximos pasos como si fuera dibujando su vida sin goma de borrar. Lanzándose indeleble al mundo. El mismo que yo pisaba con la vieja sabiduría del hacedor endiablado: “yo no fui”. Ella era mi bandera suicida del mundo. Nos mirábamos casi salvajemente, conteniéndonos el uno en el otro. Yo no estaba en su amante, manoseándola como si fuera incapaz de alcanzarla, sino en ella. En el humo que se filtraba desde su canuto mientras uno cualquiera había descendido ya sus besos. Ella me miraba mientras se dejaba hacer. No puedo explicar qué sensación de ruptura me producía cuando, una vez mi paseo ya le había dado la espalda, la oía reírse, estrepitosamente, como siempre, y tenía que regresar a casa con aquella sensación de burla metida dentro. Mi huella en el mundo riéndose de mí. De mi inhabilidad para la acción o de mi corazón incompetente. Como de su propio pasado.
No sabía yo si era lo que deseaba secretamente para mí o si me había enamorado de ella. O si una y otra cosa siempre habían sido lo mismo. Revisaba mentalmente la lista de mis novias y me parecían de una inconsistencia lamentable. Habían sido polvos, claro. A veces, compañía para ir al cine. Polvos como las gotas de agua que pierde un grifo viejo o como abruptas cataratas. Pero ninguna de esas mujeres abría las tierras para que caminara entre los mares. Ninguna provocaba cataclismos en la ley de la gravedad. Irrupciones bruscas de cometas colisionando con mi atmósfera e incendiándola después.
Un día oí en la cola de la carnicería que habían pillado al “Trizas”, el camello del barrio. Aunque nunca estaba durante demasiado tiempo encerrado, me temí lo peor. Salí antes con el perro, dispuesto a seguir su rastro a donde hiciera falta. Finalmente, me costó una hora más de lo acostumbrado y agudizar mis dotes de observación, pero la descubrí en la barra de un bar, alejado de sus calles más habituales. Estaba acompañada por una mujerona bastante mayor, fea y con pinta de malas artes. Me dije que debía haber encontrado una nueva fuente de material. La esperé un buen rato sentado en el escalón de un portal. Llegó sin ninguna prisa, con paso oscilante y silencioso. Se sentó en “su” banco y empezó a liarse un canuto. Decidí subir a casa: pronto llegaría el maromo de los martes…
Aquel día de invierno, de lluvia persistente, ella se había refugiado a medias bajo unos balcones. Estaba en el suelo, apoyada en una persiana tintada de graffitis y grasa, y alguna gota ingrata le habría apagado el porro, porque me pidió fuego. Apenas conseguía hablarme. Su mirada subversiva había bajado casi del todo las cortinas. Sentí miedo a perderla. A perderme con ella. Lo mejor de mí sucumbiendo a los excesos sobrepasados, de tal forma que los extremos se alcanzaban, como casi siempre. Tienes que vivir y volver a despertar. Dormir no por adaptación sino porque, del todo desadaptada, todo empezaba a darte igual. Pero yo vivo parásitamente en tus venas. No puedes abandonarme a la suerte de mi letargo. Vive, le decía con mi mirada, que esta vez ignoraba como cuidador irresponsable. Le pregunté si necesitaba algo, y me dijo que tenía frío pero que no quería ir a casa. ¿Dónde estarían sus salidos a turnos cuando le flaqueaban las fuerzas? Le calenté una sopa de sobre y le bajaba un jersey que hacía varios años que no me ponía. Pero allí estaba la ambulancia. Alguien la vería suficientemente descompuesta.
Allí estaba. Feroz, sacrílego, implacable. El halo de la muerte. Elhalodelamuerte. Que siempre condensa pequeños capítulos grises y densos pasajes negros con vocación de epílogos. La muerte y su rabia. Porque había una rabia por la vida. Un amargo diálogo con el monstruo de los finales. El de las pérdidas. Las ausencias y uno. La muerte y todo lo demás, en una balanza de pesos inespecíficos. Ella había movido el platillo de la vida, y arrancármela bruscamente tambaleaba con paso de muelle inestable el halo. El de su ausencia.
Era ella un engaño. Como la cultura de las grandes avenidas, como el arte de conformidad autopista (imprescindible reivindicar a los hartistas), como las familias que se sonríen de medio lado y se miran siempre como una culebra al acecho. Una mentira que le prometía vida y luego lo sumergía en su más violento exilio. De su vieja compañera soledad había pasado a la promesa de su omisión y al terror de convertirse en hijo pródigo. Se sentía cazado. Envenenado de abandono. Saturnismo por muerte.
No sabía yo si era lo que deseaba secretamente para mí o si me había enamorado de ella. O si una y otra cosa siempre habían sido lo mismo. Revisaba mentalmente la lista de mis novias y me parecían de una inconsistencia lamentable. Habían sido polvos, claro. A veces, compañía para ir al cine. Polvos como las gotas de agua que pierde un grifo viejo o como abruptas cataratas. Pero ninguna de esas mujeres abría las tierras para que caminara entre los mares. Ninguna provocaba cataclismos en la ley de la gravedad. Irrupciones bruscas de cometas colisionando con mi atmósfera e incendiándola después.
Un día oí en la cola de la carnicería que habían pillado al “Trizas”, el camello del barrio. Aunque nunca estaba durante demasiado tiempo encerrado, me temí lo peor. Salí antes con el perro, dispuesto a seguir su rastro a donde hiciera falta. Finalmente, me costó una hora más de lo acostumbrado y agudizar mis dotes de observación, pero la descubrí en la barra de un bar, alejado de sus calles más habituales. Estaba acompañada por una mujerona bastante mayor, fea y con pinta de malas artes. Me dije que debía haber encontrado una nueva fuente de material. La esperé un buen rato sentado en el escalón de un portal. Llegó sin ninguna prisa, con paso oscilante y silencioso. Se sentó en “su” banco y empezó a liarse un canuto. Decidí subir a casa: pronto llegaría el maromo de los martes…
Aquel día de invierno, de lluvia persistente, ella se había refugiado a medias bajo unos balcones. Estaba en el suelo, apoyada en una persiana tintada de graffitis y grasa, y alguna gota ingrata le habría apagado el porro, porque me pidió fuego. Apenas conseguía hablarme. Su mirada subversiva había bajado casi del todo las cortinas. Sentí miedo a perderla. A perderme con ella. Lo mejor de mí sucumbiendo a los excesos sobrepasados, de tal forma que los extremos se alcanzaban, como casi siempre. Tienes que vivir y volver a despertar. Dormir no por adaptación sino porque, del todo desadaptada, todo empezaba a darte igual. Pero yo vivo parásitamente en tus venas. No puedes abandonarme a la suerte de mi letargo. Vive, le decía con mi mirada, que esta vez ignoraba como cuidador irresponsable. Le pregunté si necesitaba algo, y me dijo que tenía frío pero que no quería ir a casa. ¿Dónde estarían sus salidos a turnos cuando le flaqueaban las fuerzas? Le calenté una sopa de sobre y le bajaba un jersey que hacía varios años que no me ponía. Pero allí estaba la ambulancia. Alguien la vería suficientemente descompuesta.
Allí estaba. Feroz, sacrílego, implacable. El halo de la muerte. Elhalodelamuerte. Que siempre condensa pequeños capítulos grises y densos pasajes negros con vocación de epílogos. La muerte y su rabia. Porque había una rabia por la vida. Un amargo diálogo con el monstruo de los finales. El de las pérdidas. Las ausencias y uno. La muerte y todo lo demás, en una balanza de pesos inespecíficos. Ella había movido el platillo de la vida, y arrancármela bruscamente tambaleaba con paso de muelle inestable el halo. El de su ausencia.
Era ella un engaño. Como la cultura de las grandes avenidas, como el arte de conformidad autopista (imprescindible reivindicar a los hartistas), como las familias que se sonríen de medio lado y se miran siempre como una culebra al acecho. Una mentira que le prometía vida y luego lo sumergía en su más violento exilio. De su vieja compañera soledad había pasado a la promesa de su omisión y al terror de convertirse en hijo pródigo. Se sentía cazado. Envenenado de abandono. Saturnismo por muerte.
No era eso lo que queríamos. ¡¡No así!! No me dejes ahora, a solas con mis risas moribundas, con mi repulsivo ser mediocre. No me soportaré a mí mismo si no me cubro con tu mirada...
.
13 comentarios:
Susú, tengo que leerte y releerte a solas, una y otra vez. Una escritura así sale de una vida densa. Es escritura maldita, en el mejor y bendito sentido de la palabra. Siento como si me hamacaran cada vez más fuerte, más fuerte y de repente saliera despedida de la hamaca. Y, también, como si caminara de noche pegada a las paredes húmedas de un túnel. Tengo que quedarme línea por línea, esta tarde, porque el impacto emocional ha sido muy fuerte. Besos agradecidos por el impacto (son éstos los que uno necesita).
Impactos, vida-densa, malditismo...
Bueno, cada tanto se cae. Luego se remonta, ¿no?
De vida-densa a vida-densa.
El impacto es abrir puertas con que comunicar los malditismos que a veces no tienen más función que la de hacerse saber. Golpear, sin más ton ni más son.
No hace falta que traigas aquí tu tarde. Has rozado los demonios y es cuanto debes hundirte en ellos. Túneles oscuros y húmedos que ya sabes qué son y de los que saliste más fuerte y más auténtica.
Es de lo poco que tienen de bueno estas caras oscuras. La salida...
Aun así, gracias por acercarte. Los túneles,contigo, son menos sombríos.
Besos con promesas de luces hermosas...
la vida te aquets moments de desengany, de decepció, d'allunyament de la persona estimada, el perill és la seva insistència en el record, cal deslligar-se d'aquets records.
Aquets textos tristos, sé, però, que si no els compartisis els notariem a faltar.
Fa dies que no ens ofereixes alguna música reconfortant.
Imaginari, ninguno de mis textos hubiera podido escribirse sin haber vivido lo que he vivido; incluyendo cada uno de los días que he leído el periódico, por ejemplo. Pero te recuerdo que este texto tampoco es biográfico. Tampoco obedece a recuerdos. Está hecho de mí y de lo que he visto o absorbido por las vidas por las que pasé, pero nada puede contarse en primera persona.
En este preciso instante de mi vida -interior- me es fácil colarme en la piel del observador. Mañana vendrán otras pieles, otras distorsiones mentales. Puede que con música, como hace 8 días; puede que con algo similar a la pintura, como ayer; o mediante personajes que pueden ser yo o mi opuesto, o una parte de mí o todo lo contrario.
Te diré en todo caso que no salgo intacta de ahondar en personajes así. Que los sufro como si fueran demonios propios o demonios que habitaran en hijos que un día parí. Están próximos ahora, como lo está tantas veces la muerte dentro de casi todos. Su miedo, o su presencia, o su huida.
Tengo pensado renovarme en breve. Sacarme este traje que me pesa sobre los hombros...
Un abrazo
En les teves respostes als comentaris ens dius tant de tu que tan se val si les entrades son autobiogràfiques, tot plegat ets tu, l'autenticitat creativa respon al ésser que som.
Les històries que ens expliques me las fas creure per la intensitat com les descrius, fins el punt que vull veure't com a protagonista d'elles, considero un elogi veure l'autor que escriu, com a protagonista de la història, és una mostra d'autenticitat expressiva.
Imaginat que haguessis de respondrem pintant el que et fa sentir una pintura meva, així em trobo jo quan t'escric. Per no dir m'agrada o no m'agrada, intento buscar altres raons i potser em lio.
M'agrada com escrius i el que dius.
Imaginari, ver esa intensidad en mis textos, llegar a verme a mí, es un halago enorme, un regalo con el que quiero lamerme las patas, como si fuera un gato.
Gracias por todo. Por escribir. Por leerme. Por tu generosidad. Un abrazo tan intenso como lo que TÚ escribes.
Ay dios que las cosas han ido de guatemala a guatepeor. Es un escrito precioso claro pero me ha puesto los pelos de punta desde el principio. Me ha gustado mucho el trozo que describe la forma de amar a la chica (cataclismos en la leyu de la gravedad- colisiones o incendios en la atmosfera) eso si. Pero ya veo venir que en la parte III los vas a matar y me da que lo voy a pasar aun peor.
Aun asi, un abrazo.
(vaya forma de acabar la semana guapa)
Jajaja, Kanela, qué poco te gustan estos escritos. Me temía que me ibas a tirar de las orejas. Pero también los llevo dentro, qué le voy a hacer. Esta vez, los personajes me salieron intensos. Te diré que quizás (y sólo quizás, que no quiero adelantar nada) el final no sea absolutamente trágico. El apuntador quedará vivo en tu honor ;o)
Un beso, y gracias por seguir ahí a pesar de todo!
El artefacto suicida es el texto. No pierde temperatura ni ritmo en ningún momento y, en cualquier momento, puede explotar llevándote con él. Y, además, me lo creo. Porque esto es escribir sacándose las palabras de adentro, que es la única forma honesta y conmovedora de escribir. Los géneros (literarios y masculino/femenino) se esfuman y solo quedan las letras, brillando como diamantes. Debe de haberte dolido al escribirlo. Y eso me duele. Pero debe de haberte aliviado escribirlo, también. Y eso me alivia. Es la transitividad del amor.
Sigo diciendo que el negro le queda muy bien. Soy amigo de los colores, más en Agosto... pero todo color y toda pasión tienen que oscurecer por definición. Me gusta, incluso la elipsis carnal... curiosa omisión, por cierto.
Have joy :o)
Mariel, queridísima, qué amable eres con mi texto. Y qué acertada (siempre). En efecto, me dolió terriblemente escribirlo. Lo que empezó con algunas apreciaciones, de una forma vaga o hasta superficial, fue ahondándose, oscureciéndose y me enfrentó a unos fantasmas oscuros como la noche. ¿Sabes de aquellos textos que te dejan la sensación de haber vivido algún tipo de experiencia vital? Pues éste es de ésos: no sé, quizás como si hubiera pasado todo el fin de semana en algo similar a un psiquiátrico que fuera a un tiempo un cementerio. Quizás sí libere de algo, aunque creo que estoy demasiado cerca como para poder sentirlo...
Me dejas impresionada una vez más con tus análisis. Impresiónate también conmigo y admira a esa buena amiga mía, que nunca se resigna a un acercamiento que no sea completo.
Besos transitivos.
Liquem, creo que eres de los pocos que aprueba que vista de vez en cuando de negro (más bien que el negro se me meta entre las letras, que deciden escribirse usándome de medio). Los colores, diría que por desgracia, tienden a oscurecerse cuanto más hondo van llegando. Me alegro de que apruebes estas malas artes del buceo negro. Probablemente, en tinta china.
La omisión se produjo por sí sola. Decidirá incluirse cualquier día de éstos. Supongo. Creo que se colará sin previo aviso porque por ahí noto que anda.
Gracias por ponerte esa mirada oscura para mirarme de vez en cuando. Y gracias por comentármelo. Si pudiera, clarearía estas letras, las de después de leerte.
Una abraçada!
Son tantas sorpresas, Susana. Leerte después de tanto tiempo... La ironía, te lo dije, pero también el descreimiento, la fuerza de la ficción, la pureza del trazo narrativo. Tiene tantas cosas bonitas (bonitas literariamente, se entiende). Y de entre todas las cosas bonitas emerge una (al menos para mí): la fuerza de la comparación, que tanto dinamismo le da al texto. "Mi huella en el mundo riéndose...", "polvos como gotas de agua", "irrupciones bruscas de cometas", "el amargo diálogo", "la cultura de grandes avenidas", "la culebra al acecho"... ¿De cuándo es el texto? Es de hace tiempo o reciente?? Me ha gustado mucho. La fuerza de la metáfora viva.
Publicar un comentario