
Concretamente, las zonas más altas de la ciudad son las que tienen peor servicio de transportes. En Horta-Guinardó, un barrio de gente humilde y trabajadora (y el mejor, aunque sea ésta una afirmación sospechosamente parcial), la última encuesta municipal reveló que, por encima de la crisis, de la seguridad ciudadana, de la urbanidad o la limpieza, lo que más preocupa de la ciudad es el transporte público.
Sin ir más lejos, cuando espero el autobús de vuelta a casa desde el trabajo (ya que el metro deja a una distancia considerable y con una cuesta muy empinada), antes de que llegue el bus que esperamos montones de trabajadores, vemos pasar por la parada vecina de transporte turístico entre 3 y 5 autobuses que llevan a los muy preciados visitantes al Parc Güell. Claro, normalmente el primero va lleno en un 60% en épocas de mayor afluencia de turistas; el siguiente transporta quizás a un 10% de su capacidad. Los tres siguientes llevan prácticamente vacíos sus dos pisos. Por el contrario, cuando por fin llega el autobús urbano, de un solo piso, claro, nos metemos como sardinas enlatadas, nos apretamos, nos empujan, los hay que se marean, se caen unos encima de los otros los que no pueden llegar a un asidero, y los más mayores o los que andan con niños a cuestas son los más perjudicados. Es decir, una vez más los más débiles. Con cierta frecuencia el autobús no abre sus puertas porque literalmente no se cabe. Y toca esperar otra media horita con suerte…
Y entonces va y el ayuntamiento de Barcelona se aplica el invento del Bícing. Detrás de ese nombrecillo inglés se esconde lo que trata de ser un servicio público de alquiler de bicicletas. Este ayuntamiento nuestro tan socialista le da la concesión (de manera oscura, según algunas fuentes consultadas) a una empresa estadounidense. No a cualquiera, sino a una de publicidad, Clear Channel, que había subvencionado campañas de Bush y había apoyado económicamente la invasión de Irak.
Otro escollo es que Barcelona, como ya he comentado, tiene una orografía considerablemente accidentada. A los continuos fallos de las bicicletas o de los sistemas de recogida y entrega de éstas, hay que añadirle que los flujos de ciclistas son casi siempre de arriba abajo y nunca a la inversa, como es lógico. Por tanto, hay que ir paralelamente con furgonetas a recoger las bicis depositadas en las zonas bajas de la ciudad y subirlas a las zonas altas, para que haya vehículos en las paradas altas pero también huecos donde dejar las bicis en las bajas. Eso, sumado al mantenimiento, reparación, reposición de las que son robadas, etc. sube un montante completamente desproporcionado: de los 18 millones de euros que cuesta este tinglado, únicamente se recuperan 6 (bueno, no llega, pero redondeémoslo así). A los 12 del resto hay que sumarle los 16,7 millones que le cuesta la gestión del bícing a BSM según el último comunicado oficial. Y son esos, los 28,7 millones de euros, los que pagamos entre todos. Y cuando digo “todos” quiero decir los que seamos, por edad o situación, contribuyentes del millón y poco de personas que aún vivimos en esta ciudad. Sale a un pico por habitante, ¿no? Pero como las cosas no funcionaban demasiado bien, nuestro eficaz ayuntamiento opta por ampliar un 40% el presupuesto, por pedirle un estudio de movilidad de bicis a un tercero, IESE, que le cuesta otros 200.000 euros, y por renovarle el contrato a Clear Channel durante otros diez años.
Los que sí son usuarios del servicio pagan poquita cosa por su uso, eso es verdad. Vamos, al menos le pagan poco al consistorio, porque se ven obligados a tener una tarjeta de débito por la que, como nos cuenta Jordi Pascual mediante el correo de El Cajón, el banco de turno les va a cobrar una comisión de 15 euros. Se queja Jordi de que la administración local obligue a mantener una relación con una institución bancaria, cuyos objetivos y funcionamiento no se caracterizan por su altruismo. ¿Por qué no podría operar como hace con el resto de tributos?
Hay que recordar que el transporte público ‘normal’ es muy deficiente en grandes zonas de la ciudad. Es decir, el transporte colectivo, el que pueden utilizar personas mayores, padres con hijos, personas con algún problema físico, y que deberían poder acceder a todos los rincones de la ciudad. Hay que recordar que mientras un habitante del Eixample en media hora puede llegar a 30 kms de distancia, el habitante del Guinardó tarda algo más en alcanzar los cuatro kilómetros que le separan del centro. Hay que recordar que faltan muchos otros servicios municipales, como guarderías, residencias de ancianos, escaleras mecánicas que faciliten el acceso de todo el mundo a sus hogares o a llegar a las tiendas próximas o a los servicios sanitarios. Hay que recordar que los ciclistas (usuarios o no de este servicio) no pueden circular con seguridad por la ciudad porque no tienen suficientes carriles adecuados para ello. Y hay que recordar, finalmente, que a la ciudad le saldría muchísimo más barato regalarles bicicletas usadas a todos los barceloneses que lo solicitaran.
Y al final de todo, como cabía suponer, no han disminuido los coches: ha bajado ligeramente la gente que se movía en transporte colectivo y los que iban caminando. Los usuarios son personas jóvenes, de una cierta cultura y de un cierto nivel económico. Es decir: raro sería el caso en que no se pudiera permitir una bicicleta de segunda mano. Por otra parte, el día que el Bícing tiene más éxito es el domingo. Afortunadamente, porque lo que nuestro ayuntamiento no dice es que circular en bicicleta por una ciudad tan sumamente contaminada como la nuestra (en cuanto a partículas en suspensión es de las peores del mundo, y supera ampliamente los valores de México D.F., por ejemplo) es de lo más insalubre.
En definitiva, la idea no es mala, pero ¿había que llevarla a cabo tan rematadamente mal? ¿Era una prioridad, por encima de tantas otras necesidades de esta ciudad, que tanto recauda y tan pocos servicios ofrece? ¿O era, como siempre, otra maniobra de los mandatarios de la city para hacer ver que es una ciudad moderna, ecológica o vete tú a saber qué?