Marinaleda era uno de esos pueblos deprimidos del interior de Andalucía. Sus gentes se dedicaban al campo, eran jornaleros; pero las tierras, ya se sabe, pertenecían a latifundistas, a señoritos que ni tan sólo se acercaban a visitarlas. Mientras tanto, los habitantes de Marinaleda pasaban hambre y multitud de necesidades.
Se organizaron. Ocuparon las tierras pacíficamente una y otra vez. Fueron expulsados por la guardia civil decenas de veces (en algunas ocasiones mediante el uso de una fuerza desproporcionada). Pero los de Marinaleda no se rendían. Querían poder trabajar esas tierras. Habían visto cómo sus habitantes tenían que irse del pueblo para buscar qué comer, y no querían seguir cediendo. No querían abandonar sus casas mientras hubiera tanto terreno alrededor sin utilizar. Hicieron huelgas de hambre. Y, finalmente, después de mucha batalla, cuando a los gobiernos no les interesaba su ruido de cara a la imagen que podían dar por la Exposición Universal de Sevilla, consiguieron la expropiación de parte de aquellas tierras.
Una vez en manos del pueblo, se organizaron de forma asamblearia: decidieron qué sueldo convenía recibir a cambio de las jornadas, decidieron en qué se debían reinvertir las plusvalías si las había, montaron una cooperativa con que se envasaban algunas de las hortalizas (como las alcachofas, por ejemplo) y allí empezó a olvidarse lo que significaba el término paro (a diferencia de lo que ocurre en el resto de la región, que tiene una media de un 21% de paro).
Decidieron aplicar a rajatabla aquello que dice la Constitución de que todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna. Para ello, el Ayuntamiento (que allí es el pueblo) cede los terrenos, cede los materiales, cede los planos que hace el arquitecto municipal, paga a los albañiles, con la única condición de que el beneficiario de la casa (o alguien de su familia) participe también de los trabajos en ella. Después de un año o poco más, la casa está acabada: dos plantas, tres habitaciones, un patio por donde puede ampliarse la casa si es necesario… Y la persona o familia que se instale allí, en concepto de… hipoteca (¿ dejémoslo en 'algo similar a') debe pagar alrededor de 15 euros al mes. La Asamblea decidió que ése era un precio razonable para una familia trabajadora. Uno de los albañiles veteranos recuerda cómo se hizo la primera entrega de llaves, y cómo los compañeros, emocionados, se abrazaban los unos a los otros: lo habían conseguido, los jóvenes ya no tenían que marcharse. Allí tenían trabajo, pero también una vivienda en la que vivir dignamente.
Para que no hubiera discriminación sobre las mujeres que tenían hijos, se montó una guardería, en la que los niños podían desayunar y comer. Se decidió que por cada niño se pagaría 12 euros al mes (incluyendo las comidas): el resto lo pondría el Ayuntamiento.
La Asamblea también se ocupa de los más desfavorecidos: las personas mayores o impedidas tienen todo tipo de servicios a domicilio. Esos “ayudantes” no sólo les compran, cocinan o lavan, sino que les hacen compañía, les leen, hablan con ellos y les dan cariño, les ayudan a dar un paseo por el enorme parque que se ha construido, y les acompañan a uno de los dos consultorios médicos del pueblo o a los hogares de la gente mayor que ha construido el pueblo.
En Marinaleda, además de guardería y colegio, hay un instituto y también una escuela-taller. En esa escuela se imparten módulos (lo que era la F.P.): después de dos horas de teoría, los estudiantes ponen en práctica sus conocimientos con la ayuda de sus profesores a favor del pueblo. Así, los del módulo de construcción participan en la construcción de las casas; los del módulo de agricultura ecológica, participan de los proyectos de las tierras comunitarias -donde han decidido, además, no usar semillas de productos transgènicos). Por ello, los estudiantes, además de aprender, cobran un modesto sueldo (65.000 de las antiguas pesetas, unos 400 euros) que les sirve para sus gastos mientras están aprendiendo el oficio.
En ese pueblo también se celebran fiestas: creen que todo el mundo tiene derecho a la alegría y a la diversión, por eso casi todas son gratuitas. Su Feria (las Ferias son tradicionales en Andalucía), después de que los más mayores tengan el recuerdo de mirar a través del cañizo las celebraciones de los ricos del pueblo, son abiertas: el Ayuntamiento pone la bebida, se cede la comida a precios de coste, y los habitantes se turnan para atender los puestos. Los conciertos o el cine al aire libre son gratuitos, excepto cuando se hacen propuestas para recoger fondos para un determinado fin: los últimos fueron para ayudar al pueblo saharaui o para Palestina, en especial dirigido a sus niños, que se acogen durante algunas temporadas en el pueblo, por lo que las entradas-contribución costaban 5 euros. Se hace hincapié en aquellas fiestas que facilitan el encuentro comunitario. Es el caso de la fiesta de la Candelaria, en que todo el pueblo se reúne alrededor de fuegos donde queman trastos viejos, y hay un encuentro excepcional entre todos los habitantes… que con frecuencia se alarga hasta el amanecer.
Puesto que se consideran un pueblo laico (no hay ningún cura, aunque tampoco ningún guardia municipal), la que en el resto del país sigue llamándose ‘Semana Santa’ es allí la ‘Semana de la Paz’, y se aprovecha para montar una semana cultural, que sirve para hacer charlas, exposiciones (Azagra estuvo no hace mucho) y para traer músicos (desde SKA-P hasta Labordeta).
Allí no entienden tampoco el problema de la inmigración: cuando llegan inmigrantes ‘sin papeles’, enseguida se les acoge, se les facilitan los documentos y se les da un trabajo. El alcalde, Juan Manuel Gordillo, es habitual que tenga acogidos en su casa a inmigrantes del África subsahariana, en tanto no pueden acceder a una casa propia construida según las mismas condiciones que los habitantes de toda la vida del pueblo. Así que sólo se espera de ellos que trabajen, que participen y, como en el resto de los habitantes, que no especulen con la propiedad que les ha cedido la Asamblea.
Se organizaron. Ocuparon las tierras pacíficamente una y otra vez. Fueron expulsados por la guardia civil decenas de veces (en algunas ocasiones mediante el uso de una fuerza desproporcionada). Pero los de Marinaleda no se rendían. Querían poder trabajar esas tierras. Habían visto cómo sus habitantes tenían que irse del pueblo para buscar qué comer, y no querían seguir cediendo. No querían abandonar sus casas mientras hubiera tanto terreno alrededor sin utilizar. Hicieron huelgas de hambre. Y, finalmente, después de mucha batalla, cuando a los gobiernos no les interesaba su ruido de cara a la imagen que podían dar por la Exposición Universal de Sevilla, consiguieron la expropiación de parte de aquellas tierras.
Una vez en manos del pueblo, se organizaron de forma asamblearia: decidieron qué sueldo convenía recibir a cambio de las jornadas, decidieron en qué se debían reinvertir las plusvalías si las había, montaron una cooperativa con que se envasaban algunas de las hortalizas (como las alcachofas, por ejemplo) y allí empezó a olvidarse lo que significaba el término paro (a diferencia de lo que ocurre en el resto de la región, que tiene una media de un 21% de paro).
Decidieron aplicar a rajatabla aquello que dice la Constitución de que todo el mundo tiene derecho a una vivienda digna. Para ello, el Ayuntamiento (que allí es el pueblo) cede los terrenos, cede los materiales, cede los planos que hace el arquitecto municipal, paga a los albañiles, con la única condición de que el beneficiario de la casa (o alguien de su familia) participe también de los trabajos en ella. Después de un año o poco más, la casa está acabada: dos plantas, tres habitaciones, un patio por donde puede ampliarse la casa si es necesario… Y la persona o familia que se instale allí, en concepto de… hipoteca (¿ dejémoslo en 'algo similar a') debe pagar alrededor de 15 euros al mes. La Asamblea decidió que ése era un precio razonable para una familia trabajadora. Uno de los albañiles veteranos recuerda cómo se hizo la primera entrega de llaves, y cómo los compañeros, emocionados, se abrazaban los unos a los otros: lo habían conseguido, los jóvenes ya no tenían que marcharse. Allí tenían trabajo, pero también una vivienda en la que vivir dignamente.
Para que no hubiera discriminación sobre las mujeres que tenían hijos, se montó una guardería, en la que los niños podían desayunar y comer. Se decidió que por cada niño se pagaría 12 euros al mes (incluyendo las comidas): el resto lo pondría el Ayuntamiento.
La Asamblea también se ocupa de los más desfavorecidos: las personas mayores o impedidas tienen todo tipo de servicios a domicilio. Esos “ayudantes” no sólo les compran, cocinan o lavan, sino que les hacen compañía, les leen, hablan con ellos y les dan cariño, les ayudan a dar un paseo por el enorme parque que se ha construido, y les acompañan a uno de los dos consultorios médicos del pueblo o a los hogares de la gente mayor que ha construido el pueblo.
En Marinaleda, además de guardería y colegio, hay un instituto y también una escuela-taller. En esa escuela se imparten módulos (lo que era la F.P.): después de dos horas de teoría, los estudiantes ponen en práctica sus conocimientos con la ayuda de sus profesores a favor del pueblo. Así, los del módulo de construcción participan en la construcción de las casas; los del módulo de agricultura ecológica, participan de los proyectos de las tierras comunitarias -donde han decidido, además, no usar semillas de productos transgènicos). Por ello, los estudiantes, además de aprender, cobran un modesto sueldo (65.000 de las antiguas pesetas, unos 400 euros) que les sirve para sus gastos mientras están aprendiendo el oficio.
En ese pueblo también se celebran fiestas: creen que todo el mundo tiene derecho a la alegría y a la diversión, por eso casi todas son gratuitas. Su Feria (las Ferias son tradicionales en Andalucía), después de que los más mayores tengan el recuerdo de mirar a través del cañizo las celebraciones de los ricos del pueblo, son abiertas: el Ayuntamiento pone la bebida, se cede la comida a precios de coste, y los habitantes se turnan para atender los puestos. Los conciertos o el cine al aire libre son gratuitos, excepto cuando se hacen propuestas para recoger fondos para un determinado fin: los últimos fueron para ayudar al pueblo saharaui o para Palestina, en especial dirigido a sus niños, que se acogen durante algunas temporadas en el pueblo, por lo que las entradas-contribución costaban 5 euros. Se hace hincapié en aquellas fiestas que facilitan el encuentro comunitario. Es el caso de la fiesta de la Candelaria, en que todo el pueblo se reúne alrededor de fuegos donde queman trastos viejos, y hay un encuentro excepcional entre todos los habitantes… que con frecuencia se alarga hasta el amanecer.
Puesto que se consideran un pueblo laico (no hay ningún cura, aunque tampoco ningún guardia municipal), la que en el resto del país sigue llamándose ‘Semana Santa’ es allí la ‘Semana de la Paz’, y se aprovecha para montar una semana cultural, que sirve para hacer charlas, exposiciones (Azagra estuvo no hace mucho) y para traer músicos (desde SKA-P hasta Labordeta).
Allí no entienden tampoco el problema de la inmigración: cuando llegan inmigrantes ‘sin papeles’, enseguida se les acoge, se les facilitan los documentos y se les da un trabajo. El alcalde, Juan Manuel Gordillo, es habitual que tenga acogidos en su casa a inmigrantes del África subsahariana, en tanto no pueden acceder a una casa propia construida según las mismas condiciones que los habitantes de toda la vida del pueblo. Así que sólo se espera de ellos que trabajen, que participen y, como en el resto de los habitantes, que no especulen con la propiedad que les ha cedido la Asamblea.
Marinaleda, que no deja a nadie desatendido, es una prueba viviente de que otro modelo sí es posible. De que cabemos todos. De que si los trabajadores no tenemos acceso a lo básico, mediante hipotecas insultantes, especulaciones sin nombre o plusvalías que van a parar siempre a los mismos bolsillos, es porque nunca hemos tenido un gobierno del pueblo pensado para el pueblo. Marinaleda, pueblecito republicano, que nunca le ha seguido el juego a ningún gobierno que no fuera el del propio pueblo, es un ejemplo de lucha obrera. Un ejemplo de cómo la unión de los jornaleros pudo vencer a los latifundistas de siempre. Aunque Marinaleda conserva el lema de “una utopía hacia la paz”, hace tiempo ya que dejó de ser una utopía para convertirse en una de las mejores realidades de las que haya tenido yo conocimiento.
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Marinaleda, el pueblo donde los vecinos votan sus decisiones
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10 comentarios:
Otra sociedad, otro sistema, otros modelo es posible, que respete a las personas y a la naturaleza.
Un abrazo.
La experiencia de Marinaleda la conocía, pero no con la profundidad que tú la presentas. Gracias por la información y poder constatar que otro sistema es posible.
Un beso, Susana
el título de la entrada lo dice todo.
Marinaleda ha sido el tesón,la lucha y el coraje, bajo el liderazgo de Sánchez Gordillo.
Un pueblo en pie que reivindica cada día,cada hora el mundo del trabajo.
Las largas marchas por la reforma agraria,por las tierras desocupadas y en barbecho han sido todo un exponente de que cuando un pueblo se levanta y grita, se le oye.
Abrazos
Buen ejemplo si las cosas son como las cuentas.
No conocía lo que nos cuentas, aunque me sonaba el nombre y me han dado unas ganas tremendas de irme a vivir allí. La unión hace la fuerza, lo que podríamos conseguir si no fuéramos cada cual por nuestro lado, ¿verdad?.
Cuenta conmigo para hacer una revolución. De momento consigues revolucionar conciencias.
un petó gran!
Me recuerda, en menor escala, las increíbles experiencias de las fábricas que se iban a la quiebra en Argentina y fueron recuperadas por sus trabajadores. Hay sistemas que hacen que aflore lo peor de uno mismo. Otros, que asome lo mejor. Algo así dice Todorov en "Frente al límite", cuando se pregunta si todavía es posible creer en el hombre después de la experiencia concentracionaria. Hay salirse de a poco del lugar donde nos ponen y donde nos dejamos poner. Ay, el maldito billete ...
Besos desde la Marinaleda del alma.
Para que haya una Marinaleda (mira qué curioso, una de las canciones de mi Charly García se llama Eitileda y lo inventó) debe haber personas ¿marinaledenses?.
Para que exista Cuba debe haber cubanos.
En mi país, si bien hay experiencias como las que describe Mariel y que son completamente aisladas, la derecha gana espacios insólitos, como en la ciudad de Buenos Aires. Un lugar de una ligera -ligera- raigambre progresista.
Pues bien, querida.
No hay dirigencia ni político que pueda emerger de un pueblo diezmado por la idiotez y la malicia, tan de la mano siempre.
Listo. Ya sabemos dónde iremos a vivir cuando los fascistas ganen la presidencia de mi país en 2011.
Gracias: hoy aprendí algo nuevo. Este es el juego. Intercambiarnos experiencias e información. Para ésto juego al blog.
Un besazo enorme desde el sur(y desde ya puedes enlazar lo que te apetezca).
Me cuentas a qué signo político responde este lugar? Desde aquí seguimos el avance de los chicos de Rajoy con tanta pena como ustedes.
Pues sí, hay sueños posibles todavía, lo malo es que el mundo no parece ir en esa dirección y que la aplicación de un modelo de democracia participativa como éste o como algunos intentos que existen en Brasil, por ejemplo, todavía no ha podido ser experimentado a mayor escala. Pero son iniciativas que merecen ser apoyadas y estudiadas. Hay que renovar la esperanza!
Saludo
"Andalucía entera como Marinaleda" Menudo hit quinceañero de los amigos Reincidentes.
En realidad creo que esa es una de las claves: Rosseau demostrando que puede hacer política...
Unidos como una piña, que dice el locutor, es como pueden cambiarse las cosas. Joder con los señoritos... Lo que no puedo entender es que todavía haya jornaleros que le ríen las gracias a la duquesa de los huevos y que la llamen guapa cada vez que sale, o salía, a ventinar las peinetas en carroza: esa vocación de pobre que tiene algún pobre. Prefiero la rebeldía, la energía, la fuerza, la búsqueda de cambio. Prefiero Marinaleda.
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