Para sacrificios estamos

Una vez más, ando sin nada de tiempo, pero la rabia me puede en muchos momentos, y hace huecos entre mis neuronas para recordarme tanto que no debo olvidar.
No olvidar, por ejemplo, que vuelven a pedirnos sacrificios a los de siempre –bueno, esta vez a algunos más, incluso– y que, lejos del victimismo que esgrimen, no hay un ápice de legitimidad, mientras sean los mismos que…
  • no se cuestionaron la desorbitada financiación de aquella estrella mediática, cual devastador grupo de rock y masas, conocida bajo el sobrenombre de Papa, y que distinguiremos por andar vestido con una sábana excesiva y con una pinta entre la última moda en coronas de la alta Edad Media y las más modernas antenas de telefonía móvil. Para más datos, si anda alguna fémina cerca, públicamente al menos, irá de negro y será quien se ocupe de limpiar a fondo cuanto haya de rodear al susodicho.

(voy a ser generosa y, por hoy, puesto que hablo de dinero, voy a obviar su protección durante años de los acusados de pederastia en el seno de su institución –¿desde cuándo eso no es delito ni complicidad ni nada de nada¿, cómo se nota que es más humano que divino, porque entre nosotros, los humanos vulgares, ya nos acusamos entre nosotros hasta de fumar cerca de un parque público–, no voy a referirme a sus desafortunadas declaraciones sobre sida y condones –en su caso, si moviera al asesinato, digamos, sería por designación divina incontestable–, ni a su cínica proclamación del voto de pobreza. Sólo me refiero por esta vez a su gira, y a su lamentable apunte en el “debe” de unas arcas públicas que amenazan telarañas.)


  • se llenan la boca con “esfuerzo de todos”, “sacrificio colectivo” y blablabla, y ni se plantean siquiera incluir en el todos o en el colectivo a esos sufridos e incansables trabajadores de la nación: curas y reyes. La iglesia y la realeza. Terribles lastres en nuestra caja. Y pareciera de nuevo perpetuarse la Edad Media. Y para los grandes sueldos medievales no hay jubilaciones que valgan ni control de la natalidad que se les resista. Qué sería de nosotros, con la población más envejecida de Europa y en camino de ser una de las más pobres, sin la arrolladora tendencia a proliferarse de los churumbeles de los unos y las riquezas de ambos…
Encontrar las 7 diferencias



  • no olvidar tampoco que hay que hacer enormes recortes en la sanidad pública –di que sí, conseller, vamos a hacer propaganda de la sanidad privada, que así tendremos medio trabajo hecho cuando toque su privatización–, pero invirtamos en las grandes necesidades sanitarias del país: vacunas del papiloma a 400 euros el pico, o la misma de la hepatitis B que se retiró de Francia por mostrar una relación con la esclerosis múltiple, la indiscriminada vacuna del tétanos (es bien sabido que nuestros adolescentes urbanos se hacen heridas profundas –el `bicho´ es anaerobio; es decir, el oxígeno se lo carga–, como las que haría una lanza –y seguimos con lo medieval–, en las que se cuelan con enorme facilidad las heces animales. Invirtamos en fármacos hasta convertirnos en la primera potencia mundial en gasto farmacéutico –bueno, ahí ahí con EE.UU.; pero ellos juegan con ventaja, que son muchos más¡– o hagámonos con un enorme alijo de vacunas de la gripe A o del Tamiflú de Mr. Ramsfeld (recordar que no necesita ningún desierto: le sobra con `zorro´).

  • No olvidar que hay que socializar las pérdidas, colaborar en las inversiones de las grandes empresas, fabricar las estructuras que habrán de rentabilizar las fortunas privadas, mientras se apoya su fraude impositivo. Y aquí ya no sé siquiera si en la Edad Media hubieran dejado pasar…

  • No olvidar que hay presupuesto para seguir construyendo kilómetros y kilómetros de AVE, aunque el tren de cercanías sea escaso y se caiga a pedacitos.

  • Presupuesto para pagar coches oficiales, dietas indecentes, primos y cuñados varios, trajes, bolsos, urbanizaciones e ilegalidades hasta la repugnancia.

  • No hay que olvidar, no. Nada. Porque seguiremos siendo los achantados de la otra mejilla, pero puede que cada vez esté más cerca nuestro “basta”, y entonces puede que pasemos la página que nos aleja de este mundo que huele a rancio y entremos en un futuro por construir.