Dos reconocimientos y medio

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Diariamente, y desde primera hora, se abren surcos en mi alma. Las zanjas que abren los distintos mundos recorren mi sombra, desde el meñique asustado hasta la excrecencia parietal tan denodada. Acribillan incisivas las espadas de la vida, me dejan a veces sin aliento, y las entrañas del alma se escapan adustas, y me vacían. Las fisuras que vienen de antiguo forman ya parte de mi alma pentagrama. Y es así como todos los días puede interpretarse fácilmente mi partitura. Las corcheas puntiformes, las semifusas que apenas me rozan, pero también las blancas redondas y sus sostenidos. Me alcanzará tu contrabajo erguido y sabrás mis melodías más oscuras. La carne lacerada sonará en clave de mi, en clave de tú, en clave de sí. Entonces yo, que te he esperado tanto, te reconoceré.


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Triangularás con mi pequeña resultada carantoña. Entregarás tus dones por sus arrumacos y ofrecerás impávido hasta tu sonrisa por su alegría. Gritarás a los dioses por sus favores, hasta entonces toscos. Entonces desandarás tu antigua piel piraña y tú, que tanto has desconfiado de sus dádivas y de sus respectivas esferas pegajosas, tú, que tanto dejaste de esperar, nos reconocerás.
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(Klee; Flor Garduño)

Domingo 'tranquilo'

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Domingo. Cuando abro los ojos, a horas intempestivas, ya intuyo que mi fantasía de pasar un domingo relajado, sin más tareas que las de hacer un vermut o similares, se iba a ir al traste. Tenía pensado contestar algunos mails, responder algunas llamadas, y poco más. Vida tranquila de domingo tranquilo.

Después de hacer unas mínimas labores de intendencia, abro la web de mi diario favorito, y me dispongo a tomar un segundo café, en situación de paz. El ruido atronador me distrae: a la reina se le había caído el bote nuevo de mayonesa en unos ciento cincuenta mil pedacitos. Quería gritar. Pero en lugar de eso, of course, me puse por la labor de ir recogiendo delicadamente cristalitos y una pasta que, una vez mezclada con el polvo de los rincones más insólitos del suelo de la cocina, era de un descorazonador gris perla. Todo eso a buena velocidad, porque para eso hay un rey de la casa, el perro, que merodea siempre cerca de cuanto se cae en esta casa, particularmente cuando es en la cocina o en la mesa del comedor. Con la lengua fuera y mirando con deseo la mezcla infecta, la reina no podría retenerlo por mucho tiempo. Una vez he dado por finalizada esa tarea (lo que no quiere decir que lo estuviera, porque a esas alturas del domingo no tenía ni la más mínima intención de escudriñar por aquellos rincones que la mayonesa había descubierto), me vuelvo a sentar. El café frío. Las noticias tibias. No importa, ooommmmm. Pero en lugar de eso: Piiip piiip. Cielos, visita de mamá. No me da tiempo (ni muchas ganas) de reaccionar, porque el estado de la casa y de mi camisón la iban a alarmar, no la conoceré yo… Finalmente, todo ha quedado en una suave mirada al cielo con suspiro incluido, y un repaso a la indumentaria: “Nena, ¿qué haces aún sin vestir?”. Me he contenido. Estoy hecha una campeona. Al final aprenderé.

Hora de la comida: la reina no quiere la mitad de las cosas previstas. Ommmm. “Es que sin mayonesa no me gusta”. Re-ooommmm. Hora de mi siesta. Todo el que me conoce sabe que me es imprescindible, y más después de un día que va pintando al revés de cómo lo había previsto. Como ya he comentado alguna vez, necesito un buen rato de tele para irme relajando hasta conciliar el sueño. Pero la reina tiene sus propias opiniones sobre la peli que nos ha tocado hoy: “Qué tonto es este tío. Aaaay, perdonaaaa”. Sobresalto y vuelta a empezar. Algo que la reina llama música suena estridentemente: un mensaje para ella. “Puedo quedar un rato, ¿verdad?”. Ommmgggrrrrr. He decidido sabiamente dejar la siesta para cuando se hubieran ido reina y perro. Es entonces cuando le echo una ojeada al mail: mi amiga M, que si estaba enfadada con ella, que no le había contestado al mensaje. Uf, caigo en la cuenta que hace horas que no miro el móvil: dos llamadas perdidas de dos buenos amigos. Otro mail que querría contestar. Le digo a M que no, enfadada con ella no, más bien con la vida, pero que todo bien porque Ommmmm. Por fin, sí, por fin duermo.

Despierto sobresaltada cuando el perro vuelve de su salida, y considera una prioridad saltarme encima para saludarme. Se empeña en jugar conmigo, para lo cual me ladra repetidamente moviendo la cola, me insinúa que me quiere arrancar el brazo, saca dos veces el mismo libro de la estantería, vete tú a saber buscando qué cachivache (si es o fue una cosa viva, prefiero no saberlo). Le hago un par de lanzamientos de bolitas por el pasillo, pero le parecen poca cosa, y vuelve saltando sobre el sofá, revolcándose sobre mi barriga y con esa cara de sonrisa que hace cuando tiene calor y te mira fijamente. “Que no quiero jugar. Que aún no estoy del todo despierta”. Le importa un pimiento. Eso sí, con tanto movimiento, quién lo iba a decir, ha sacado un bonito estropicio de su estómago. Una parte ha ido a parar sobre un bolso de la princesa. A vueltas con la limpieza. Ommmmm. Los chorretones de sudor (el calor de hoy... qué asfixia) cuando ha quedado todo limpio ya eran como el Niágara. Por suerte, no había delante ninguno de aquellos listos que en esas ocasiones te hacen saber lo que te está pasando “Estás sudando”, pues vaya, has tenido que estudiar muchos años para darte cuenta, ¿verdad? Sí, yo estoy sudando, y tu te estás herniando las meninges de tanto pensar, so gili.

Pero mientras estoy recogiendo esa gran compañera de hoy, la fregona, me fijo y le hago saber a la reina que cuatro bolsos a su alrededor son un exceso y que debe guardarlos. Y es entonces cuando me suelta: “Te has puesto de mal humor porque tienes la regla, ¿verdad?”. ¿Eeiinnnn???? Me pregunto de dónde habrá sacado algo así. Es más, me pregunto si incluso no puede tener algo de razón, y esto de hoy es mi normalidad. Finalmente, me pregunto si no es un clásico del machismo para cuando las mujeres ponemos un límite a las cosas, que ella habrá oído por ahí, y que ya ha aprendido a utilizar con sus mismas fórmulas. Que es lo que tienen, que se van filtrando y al final nadie las distingue. De una forma o de otra, Ommmm.

Y así ha sido cómo esta semana me han arrebatado el domingo. Aquí me gustaría a mí ver batallando a los monjes tibetanos. Con regla o sin ella, que todo eso que salen ganando. Si alguien sabe de un monasterio budista por aquí cerca, que avise.



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Gabbeh

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Si yo tejiera una gabbeh, como lo hacen los nómadas Qashqa'i, y pudiera entrelazar los colores para contar mi historia y la de mi familia, esta vez hubiera compuesto un vestido blanco. Mínimo. A través de los bordados se transparentarían las caras sonrientes de Pedro y María. De todos los Pedros y sobre todo de todas las Marías. El sueño de Manuel. La sorpresa de Èlia.

Si, además, pudiera hacer magia como el viejo profesor, cogería un personaje oscuro de gabbeh, y le haría una mirada con iluminación intermitente. No para dejar pasar, como la de los automóviles, porque pensaba permanecer en el mismo sitio, durante siglos. Ese personaje tendría a un tiempo la conciencia de estar unida como pocas veces a su entorno, y la de estar sola como nunca.

Si pudiera tejer una gabbeh, hubiera hecho y deshecho varias veces algunos personajes. Que siento y aproximo, o creo distanciar. En ocasiones con entrega de entraña. A veces, creo, la propia entraña, de tamaño desbocado, taparía la vista. Del personaje yo hacia afuera, para así dejar de ver. A veces, del afuera hacia el personaje, para que no desvalijaran la soledad de cuanto podía sentir.

. . . . . . . Y el forastero que construye paisajes tras de sí, que arrastra colores con los que alguien construirá magia en algún lugar, no me alcanza.
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Michael Jackson, ¡no te conviertas en dios!

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Nunca me gustó Michael Jackson. Y me gustaba aún menos a medida que iba empalideciendo. Pero en los últimos tiempos, ya me daba hasta miedo verlo. No diré nada nuevo: el sombrero ajustado le tapaba medio rostro, su mascarilla casi el otro medio. Las gafas de sol, los guantes… Sus rasgos estaban a medio camino entre el plástico y la calavera. Siempre parecía una figura de cera de sí mismo. Michael se escondía del mundo. Así que se creó uno propio, a su medida. Su Disneylandia privada era refugio de niños. Nunca sabremos si era por tenerlos como compañeros de la infancia que jamás tuvo o por algo más. En todo caso, parece que Michael fue una víctima. Demostró en sus carnes que la cirugía estética podía arreglarte algo más que la nariz o las arrugas. Para su desgracia, demostró que no se podía ser una star system en la primera infancia y salir indemne.

Sé que no será lo políticamente correcto, pero creo de veras que ahora viene lo peor. Después de una muerte anticipada, los que ya lo endiosaban antes no sé qué harán. En otra circunstancia similar, me tocaba terriblemente las narices oír hablar hasta la náusea de lo buena que era Diana de Gales, y lo “princesa del pueblo” y blablabla. Quería salir en los telediarios y decir “queridos todos, no hay princesas del pueblo; ella se lo pasaba todo lo bien que podía con el dinero que le adjudicaba el pueblo de Inglaterra. Y por eso cenaba en el Hotel Ritz de París un día cualquiera mientras que ustedes y yo, con suerte, acabaremos en el restaurante chino. Fue un día a ver enfermitos en la India, sí, pero eso no la convierte en modelo de benevolencia y generosidad. No me extrañaría en absoluto que detrás hubiera un asesor de imagen.” Pues ahora tres cuartos de lo mismo: nunca lo he considerado un genio, ni un dios ni un extraterrestre. Un pobre chalado multimillonario que se construía un mundo a medida y que tenía buen sentido del ritmo.

Detestaba su mundo negro, su alma de negro. Posiblemente porque pocos negros hay multimillonarios, y temería que el establishment blanco le pasara factura. Supongo que se contemplaba orgulloso cuando se borró las marcas que le recordaban cada día que era negro. Y cuando ya tenía el pelo más liso posible, la nariz más respingona concebible, y la piel más blanca que un albino, aunque muchos lo viéramos como una caricatura sin sentido, él se veía a sí mismo como el dios que siempre quiso ser.


Por mi parte, espero que no haya demasiada gente que lo considere modelo de nada.

De casta le viene al galgo

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Una situación que todos hemos vivido o, al menos, hemos imaginado vivir en aquellas ocasiones en que el reloj se nos echa encima: llegamos tarde a tomar un tren, un avión… Dos individuos.

A) Este individuo se sube por las paredes del recibidor de su casa mientras espera el taxi que no llega. Ya en el camino de la estación (/aeropuerto), comprueba que la excusa del taxista acerca de la infernal circulación era cierta. El individuo A sale corriendo del taxi, con el billete de tren (/avión) en la boca, un maletón que pesa una tonelada en una mano, una bolsa de mano en la otra y un ritmo frenético en la zona precordial. Los indicadores luminosos confirman lo que se temía, pero aun así alcanza el andén (/zona de embarque) y ve la temida cinta roja barrando el paso. Un guarda de seguridad niega con la cabeza. El individuo A iza la bolsa de mano para simular incredulidad frente al reloj, pero vuelve a bajar bolsa, mano, reloj y ánimo. Se dice “Estas cosas siempre han de pasarme a mí” y blablabla. Consigue encontrar el teléfono móvil y se desahoga con A2, antes de enterarse de cuándo puede intentar viajar de nuevo. Cuando deja el billete mordisqueado en la papelera, cree ver en él el símbolo de su vida.

B) Este individuo le grita al taxista por haberlo metido en una vía tan usada por “todos”. Se acuerda escatológicamente del árbol genealógico del conductor. Ya en la estación, el gesto despectivo del individuo B al pagarle le hace pensar al taxista que quizás debió seguir su instinto de haberlo abandonado a mitad del camino. El individuo B camina deprisa hacia el andén. Su corazón late a ritmo marcial. Ve la banda roja y la aparta de un manotazo. Arrolla a varios vigilantes. Le grita al tren, que ha empezado ya su marcha. Se salta todas las normas de seguridad y baja a la vía para tratar de darle alcance. Los guardas intentan retenerlo ante la evidente peligrosidad. Todos acaban mal parados; en especial, una mujer, de origen sudamericano, a la que el individuo B agrede, lanza al suelo y le grita sandeces xenófobas. La mujer acaba en el hospital.


¿Cuál es la diferencia entre los dos individuos? El señor A es cualquiera de nosotros. El señor B es producto de un genoma perverso y de una educación que le enseñó que el mundo debía postrarse a sus pies, bajo penas que van desde la hospitalización hasta… El individuo B mantiene el nombre Francisco de su abuelo. El apellido, el mismo: Franco.



El tren: aunque parezca salido del pasado, es el moderno AVE en la estación de Zaragoza. Su habilidad, retratar los individuos de clase B. Confiemos que la justicia cumpla ahora con su parte, y pueda increpar únicamente a los trabajores de prisiones durante una buena temporada. El único redil razonable para los individuos B que tienen por costumbre ensuciarnos el mundo.


Un san juan para Adelita

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San juan es el día del alter ego de mi madre. Por aquello del nombre de los familiares muertos, en su día mi abuelo la inscribió con el nombre de Juana, con gran decepción de sus hermanas, bastante mayores, que decidieron llamarla Adela, como acompañante a veces (parroquia de un registro microscópico de la montaña granadina) o protagonista casi siempre. Desde que le empezó a hacer poca gracia celebrar su cumpleaños, que venimos celebrando su “otro” día. No sé si fue en previsión de que se la fueran a olvidar, o si santa adela le pareció un día sin la menor gracia. Pero decidió que su día iba a ser el de san juan.

En eso hay que decir que no he tenido mucha suerte, porque mi padre se llamaba Manuel, así que su onomástica se celebraba el día 1 de enero. Dos celebraciones, y ambas en un día típico de resaca y pensado para hacer poco más que nada todo el día. Quizás es por eso que les tengo una cierta manía a los santos. Por eso o porque los Papas de la historia se han empecinado en premiar con la orla dorada a muchos matones del pasado.

El caso es que san juan me llega como muy ajeno. Sólo Hacienda y los curas la llaman Juana. Y a Manuel, hijo mayor de Miguel, hijo a su vez de Carmelita la Ramos, nadie más que la Administración le llamaba así; los demás, todos decían de él que era Miguel, por “hijo de Miguel”. A mi tía, la mayor de las mujeres, la llamaban Ramitos. Tan lindo y tan fuerte, que no sospeché hasta hace relativamente poco que lo de mi madrina no era un nombre.

Si nunca hubieran huido ellos de allí, y de la hambruna con que les contestaba la tierra trabajada a cachos y medios demasiado pequeños, los animales ajenos guardados, la postura distante sobre los terratenientes, si no hubiera sido por eso, igual hoy llevaría algún nombre supuestamente santo de la historia común, o se me llamaría la de la ramitos. La pequeña de las ramos. La niña del miguel que nunca fue miguel. La chica de la falsa juana.

Y viviendo en un cortijo, el Bajo Holgado “grande”, cerca de Montefrío, donde sólo la abuela Ascensión sabía leer, y los demás la rodeaban a la lumbre del fuego para oírla, no hubiera tenido derecho a estudiar en la capital porque, como adela, el niño no pudo estudiar, así que ella menos aún. Adelita, salida de aquellos lares, y acompañada por el falso miguel y la abuela Ascensión, que nunca supieron verlo realmente útil, y por dos niños demandantes, acudió a una escuela para adultos del barrio para sacarse el graduado escolar. Allí conoció a Machado, que cantaba a campos como el suyo; a Alberti, que tomaba su voz. Y, por primera vez, tomó el lápiz para escribir sobre sí misma. Se peleó con octosílabos para que se ajustaran a su grito, o a endecasílabos consonantes para que cantaran su olvido. Y allí, Adelita, la pequeña del cortijo, se hizo más suya, más propia.

Y por eso, año tras año, aunque en realidad no le pertenezca, aunque durante siglos me haya costado un infierno salir del aturdimiento post-verbena, sigo celebrando el día del “alter ego” de Adela. Porque, al fin y al cabo, qué mejor día para celebrar que el que uno elige.
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Sant Joan en Saint Jean

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Ya está aquí. Se presentía desde hace tiempo en este lado del mundo. En esta ocasión parece que se ha adelantado. Creo que es la primera vez que no me deja dormir antes de llegar… Visitante que recibo con desgana: el verano.


El verano me da mucha pereza. Me gustan sus terrazas a deshoras, su jolgorio amable, sentir el fresco cuando anochece en el parque. Pero me fastidia terriblemente ese sudor sucio que enturbia las esperas del autobús a pleno sol, que los transportes públicos huelan mucho peor, que nunca sepamos qué grado de invierno nos espera al entrar en un cine y, sobre todo, aquellas noches en que el calor le ha puesto pegamento a las sábanas, la almohada se ha vuelto en un brasero (por ambas caras) y no hay manera de dormir. Me molestan mucho en esas noches los más mínimos roces ajenos, y que acaben por convertirse en una carrera de obstáculos en la que se evita cuidadosamente la piel querida. No se puede estar enamorado en verano, porque el cuerpo se vuelve esquizofrénico, y quiere y desea cosas opuestas. Grita y clama por cosas incompatibles. También me molesta que llegue el verano cuando aún no tengo en absoluto resuelto qué hacer durante las vacaciones. Detesto las subidas de mi barrio cuando el sol le pica de frente al asfalto y lo vuelve líquido. Y también, cómo no, me molesta que se dé (o no se dé) por completamente iniciado tras la fiesta más ruidosa del mundo: la verbena de San Juan.



Hace unos años se hacían hogueras muy cerca de casa, y había algo de aliciente en aquél dejarse hipnotizar por el fuego y por la quema de todo lo viejo. Pero en los últimos años ya sólo queda de fuego el vago recuerdo que brama en la pólvora de los petardos, cada vez más sonoros y menos visuales, más incomodantes y menos bellos. Es la guerra. O el fin del mundo. Los bebés se asustan. Los animales todos lo pasan fatal. Y el instinto animal de los demás, niños y adultos, está convulsionado. Lo demás ya lo sabemos todos por la referencia de fin de año. Seis meses después, hay que pasarlo igualmente bien, ir a una fiesta o –¡mucho peor!− organizar una, gastar, luchar con la vida por un taxi, y trasnochar como nunca.

Pues bien, yo hace siglos ya que me declaré en huelga de verbena caída. Si hace años, con mi queridísimo amigo Ramon nos inventamos el AFA (anti-fin-de-año), hay que reivindicar la VAV (velada-anti-verbena) o similares. Pasa que no sé qué tiene que excluirse de las convenciones es genial, pero hacerlo en soledad tiene algo de lamentable. Quien se haya quedado absolutamente solo un día de Navidad, por ejemplo, sabrá de qué hablo. Rápidamente se cae en un proceso vertiginoso de autocompasión. Si incluso he vivido recientemente algo similar por no entender nada de nada de fútbol… Ni te cuento con una verbena. Sus muestras de fiesta a lo grande, de gente que cumple a rajatabla las premisas de pasárselo bien con ostentación, se cuelan el día de la verbena de forma insolente por todos los huecos.

Pero no todas mis verbenas han sido terribles. Eso sí, las pocas veces que una noche de san juan me ha salido bien ha sido porque no ha habido un guión verbenero.

Y entre mis san juanes de antología personal está el del año pasado. Una cena mínima, en incomparable compañía, y un leve paseo por el barrio, habían de ser los preludios de un viaje muy esperado: ir a lo mejor de Suiza, sin prisas ni grandes planes, pero con un gran conocedor. Yo quería ver lo que me habían contado, y ya tenía una gran avidez por la tranquilidad, por el verde, por la paz absoluta, quién sabe si para recuperar algún pedazo de sosiego interior…

De una gran tirada, nos plantamos en pleno corazón del parque natural del Vercors (este de Francia). A través de un guiño del destino, nos habíamos hecho con un descapotable fuerte y pacífico, y recorríamos aquellos paisajes en completo embelesamiento. Qué lejos entonces los petardos y la algarabía. Un nuevo guiño del destino: una luz inesperada en el tablero de mandos, y la precaución nos hace parar: aún no sabíamos que no era más señal que la de que allí se nos esperaba… Recuerdo con gracia el consejo que nos dio el experto por teléfono: había que ponerle una tirita a la luz incómoda y continuar sin más. Pero ya nos había cautivado Saint Jean en Royans. Un pueblito pequeñísimo, sin casi nada, y en el que, una vez más, el azar nos condujo a pasar la noche en la casa con mayor encanto del mundo, a doscientos verdes metros de la última casa urbana.

Contrariamente a lo esperado, no estábamos ni decepcionados ni en absoluto de mal humor. La gente nos miraba afablemente. El paisaje era una delicia toda ella verde y salpicada de flores. Y yo me transmuté en Heidi. En el campo, un señor mayor que cuidaba sus hortalizas, nos regaló unas ciruelas apenas nos las quedamos mirando. Aún no habíamos atravesado la plaza cuando algunos vecinos, trajinando bandejas, nos estaban invitando a unirnos a su cena comunitaria. No quisimos abusar. Tomamos una formule en un encantador restaurante cercano. Al volver sobre nuestros pasos, pues Saint Jean consta de una sola calle, nos encontramos de nuevo a los vecinos, todos, reunidos. Celebraban su particular fiesta mayor uniendo esfuerzos y voluntades. Esta vez no nos dejaron pasar sin que tomáramos té de menta, un trozo de pastel y sus conversaciones encantadoras. Oriundos o tremendos urbanos que habían interrumpido su trasiego por amor. Los vecinos que sabían de música amenizaban aquel encantador encuentro. Yo me movía alegremente al son de las conversaciones y del jazz de New Orleans. Casi consiguen convencernos para que hagamos de Saint Jean nuestro destino, del Vercors el verde que yo buscaba, y de su afable tranquilidad, la paz que nos convenía… Un poco más, y les damos plantón a los amigos que nos esperaban detrás de la frontera. Esa vez no fue posible (quién sabe, en un futuro…), pero destrabaron el día de san juan de su halo tremebundo.

Así, pues, a pesar de mis antiguas reservas sobre este día, os deseo un feliz San Juan, una verbena alegre, un solsticio sereno y un fuego que se lleve todo lo viejo.





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"Bombas na guerra-magia
Ninguém matava, ninguém morria
Nas trincheiras da alegria
O que explodia era o amor"

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Dame tu mano sin temor a equivocarte

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Que cuando llegue tu mano, sea sin ningún temor. Temor de errar en el camino, de confundir miradas ajenas, temor de despertar más de lo que puedas soportar sintiéndote libre. Dame tu mano y no temas. Deja que el pájaro salvaje que somos cuando nos unimos no se enjaule en un nosotros pensado, que somos todavía tan de verdad. Porque habrá de batallar con la tradición, y con la huida de la tradición. Y lo sabemos: no hay raigambre que lo ate. Ni ruptura que lo libere. Permite sólo que vele tu sueño si duerme tu vida. Permite sólo que mi mirada se encienda cuando tu mano, en ágil arrebato, niegue por fin mis paseos de paloma herida…
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Que cuando llegue tu mano, sea en silencio. Que eche de sí las palabras que guarda. Las que nunca sirvieron. Que sea su entrega para recoger mis silencios. Porque nuestra torre de babel no habrá quién la aprese. Quién la fosilice en un diccionario. Quién corrija sus faltas grandes como revelaciones. Y sólo pueden entenderse las manos y sus epidermis contando secretos en confidencia aún recóndita. Tu verbo lo absorbo con mi entraña. Canta la voz ininteligible de mi último aliento, y tu caricia, sutil intérprete, compone arreglos, acompaña con una sucesión de lamentos lo que le faltó y ahora recibe. “Calla”, dice Cernuda. Y tu piel desabrigada lo dice mejor. Y mi piel descarnada lo dice más alto.
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Si tu mano llega a mí, vacía como un árbol seco junto al camino, venceré voces e hilos de marioneta para ser tu pájaro, de nuevo, a la sombra de tus ramas solitarias. Alteraré mi escucha de dioses y de madres protectoras, pervertiré todos los fríos que quieran cernirse sobre mí. Porque tu mano y yo sabemos que cuando cantamos a dos voces, cuando unimos los vacíos que nos dejaron, cuando nuestras cicatrices deciden traspasar sus retiros yermos y unirse… entonces… la eternidad nos asiste…
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… y persiste el abrazo, desprovisto de su destierro.
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Si llega tu mano, sin miedo, cargada de silencios, ofreciendo sombras para mis cicatrices de viejo pájaro, nada será “tan dulce como una habitación/ para dos, si es tuya y mía”. Y lo que fui, que es que “nunca pude escapar/ de sentirme tan encerrado/ ni de la sordidez de la vida,/ de la futilidad de todo” que dijo Ginsberg, será nada, y mi pasado de espera cenicienta sucumbirá ante el pasado oscuro de tu capa, y entonces todo cobrará de nuevo sentido.

"Los hombres un día sintieron frío.

Y quisieron compartirlo.

Entonces inventaron el amor."


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Fin de primavera: la mirada de Albert G. Richards

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Hoy, que en este lado del mundo se nos acaba la primavera, traigo una forma especial de mirar las flores: la de Albert G. Richards.

Alrededor del año 1960 usó por primera vez su equipo de radiología odolontológica para sacar representaciones de flores.

Ahonda en su estructura, en la profundidad de las formas. Las flores, así despojadas, mantienen impecable su esencia.












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En estas radiografías, vemos de otra forma las flores que habitan cerca de nosotros, y sabemos entonces que son unas absolutas desconocidas. Así, las flores, se parecen a sus hermanas, las de las fosas abisales.
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Pasean sus tules, como delicadas bailarinas. Se enderezan en posturas que las acercan al cielo. O se inclinan ante sus retoños. Hablan entre ellas. Mucho más vivas de cómo permitimos que habiten en nuestro mundo. Si las miramos atentamente, quizás quieran contarnos alguno de sus secretos.
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Ahora, que se acaba la primavera, que muchas flores trascenderán en fruto o decidirán que ya vivieron lo que debían, miro las rosas, el ciclamen, la amarillis de Richards, y sé que he de darles las gracias porque existan...

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Machismo II: el que viene, o la reivindicación de lo imperfecto

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Por aquello de hacer vida comunitaria, me ofrecieron voluntaria para colaborar en un taller infantil. La idea me parece buena. Vida de barrio. Unos se ayudan a los otros. Se conocen… más aún. Había talleres de juegos, de música, de deportes varios. Pero no: me tocó el taller de maquillaje. Estuve días preparándome caritas de animales que había mirado en Internet. Gatos, ositos, hasta un búho. Me preparé varios maquillajes de princesa, de indios, de dráculas y otros monstruos… Pero unas horas antes del evento, una pre-adolescente, al conocer cuál sería mi función, me dijo: “yo iré para que me hagas un tribal”. Glups y re-glups. Me dio el tiempo justo de copiarme en mi libreta mágica unas cuantas formas tribales.

Una vez ante la cola interminable de menudas, comprobé que lo que a mí casi no se me ocurrió, ellas lo tenían más que claro. En lugar de animalitos (bueno, por aquello de la ley de Murphy, me cayó un conejito), de indios o dráculas, las enanas querían ser modernas y maquillarse con tribales. Todas, no falló ni una, me pidieron piercings. Algunas pinturas brillantes. Varias sucumbieron cuando les ofrecía pintalabios de brillo y algo de purpurina. Mientras, los niños, que yo pensaba que harían cola para disfrazarse de malos, jugaban tan campantes.



Conclusión, tenemos una nueva generación de futuras mujeres sometidas a los yugos de la estética. No se van a permitir (o no les van a permitir) ser como son. Quieren ser como sus heroínas, que, no hace falta decirlo, tampoco son lo que son. Las niñas no quisieron maquillarse para cambiar de personaje y dejar volar su fantasía. Las niñas, algunas de ellas verdaderamente enanas, ya quieren ser como las famosas a las que admiran, y lucir tatuajes y piercings. Las niñas no quieren ser niñas. No quieren ni jugar a ser niñas. Las niñas, ahora, las pequeñas, cuya edad se cuenta con los dedos de una sola mano, quieren ser como Britney o monstruos similares. Quieren ser sólo como el "después" que las ahoga. Como el ópalo falso de la cal.



Desde aquí reivindico las verdades. Las niñas con derecho, una vez más, a ser niñas. Para eso, quiero romper sus máscaras, las de ellas, las Britney del mundo. Las diosas de mentira...



Para empezar, tomo una de esas fotos clásicas del “antes y después”: aquí tenemos a tres de las guapas clásicas ejerciendo su papel de guapas.


Aquí tenemos a las mismas mujeres sin esas diez capas. Maquillaje ligero o inexistente, y dejan de ser diosas para ser personas. Sonrisas anchas, mayor entrega, mirada franca. Pero así, como son, no son enseñables.






Es el mismo caso el de otra diosa de la belleza, a la que, por cierto, se margina de la publicidad o se le aumenta el caché alegremente, según cómo decida divertirse en su vida personal...



Hasta a la bella Angelina Jolie, después de operada, cuando no está recién maquillada se le llegan a notar los rasgos de cansancio...




Las niñas aprenden muy pronto que las guapas de su mundo son postizas, no ríen generosamente, son contenidas, y han de mantener en todo momento una actitud altiva. Recordemos que en buena parte son el modelo de algo más del 50% de la población.


Si hablamos de la cirugía estética, la cosa ya no tiene nombre. La culpa es de todos, estoy segura. Pero ¿cómo hemos permitido que un personaje sin más valor que el de ser relativamente mona, y tras pasar por cirugías por el importe que los demás usaríamos para comprar una casa, se convierta en sex-symbol? Eso sí, supo empezar por emparejarse con famosillos hasta conseguir un nombre. Hablo de Elsa Pataky, que ha cambiado desde el color de sus ojos hasta sus dientes, pasando por sus graciosos mofletes, la forma de todo su cuerpo (virguería que parece que se llama lipoescultura). Si todo eso fuera natural, creo que, francamente, tampoco debería tener esa notoriedad. Pero siendo más falso que un duro de cuatro pesetas… En un póster de los suyos deberían poner el nombre de su cirujano en lugar del suyo. La noticia es que sigue sin haberse operado el cerebro… (por cierto, los 10.000 € de la foto tienen unos cuantos siglos: hace unos cuatro años la suma ascendía a 20 millones de las antiguas pesetas... y subiendo!).
El de la Pataky es, con diferencia, el caso que peor me cae porque le veo menos méritos que a las demás y, sobre todo, porque sigue diciendo que su “natural” belleza le ha puesto las cosas ¡más difíciles! Manda narices. Con no operarse, ¿verdad? Pero es que si a la Pataky le quitas su "natural" belleza se queda en... ¿alguien sabe si sirve para algo que no sea mostrarse?






Pero además de la Pataky, Pero además de la Pataky, la lista es interminable. Por ejemplo:
Cameron Díaz

Demi Moore

Pamela Anderson

Sharon Stone












Y Angelina, por duplicado, en sus versiones de diosa y humana.




Arriba, Nicole Kidmann, con un resultado de Más arriba, Nicole Kidmann, con un resultado de dudoso éxito, pero que indudablemente consigue imponernos. En la foto de la izquierda, Natalie Griffith: sólo hace falta comparar las sonrisas de ambas fotografías para apreciar qué se ha perdido por el camino... También, por más que se estire la piel hacia arriba, la mirada ha perdido la alegría. Las diosas parecen no tener pasiones...
Abajo, Paulina Rubio, antes y después.

Sharon Stone, antes y después de una de
sus últimas operaciones de estética.
Todas ellas, sin ninguna duda, son bellas. Nacieron guapas, guapísimas, monas o fascinantes, pero todas nacieron personas, de carne y hueso. Y un buen día decidieron encorsetar sus facciones, plastificar parte de su anatomía y limitar su naturalidad. Probablemente, todas ellas ya fueron en su día víctimas de ese querer ser como las diosas a las que admiraban... Sumergieron sus sonrisas bajo kilos de maquillaje hábilmente administrado, o pasaron por el quirófano una y otra vez. Algunas (en eso hay que decir que también algunos) corrieron el riesgo y perdieron, y se les quedó para siempre el rostro completamente inexpresivo. No inexpresivo a lo diosa. Inexpresivo a lo figura de cera. Todos conocemos algunos casos. La mayoría fueron borrados de la escena.
Y a todo ello, le podemos añadir aún las posibilidades del photoshop, que hacen que encima parezcan más delgadas, con dos tallas más de sujetador, que se hayan pasado la plancha por el cutis esa mañana y que hayan bajado un trozo de cielo para ponerse en los ojos... Aquí se puede ver cómo, con un mouse como herramienta, se ha esculpido el cuerpo de Mariah Carey para que apareciera irresistible en la portada de la revista.




A Jessica Alba, icono sexual, le han recortado torso, cintura, caderas, piernas, brazos... Le han aumentado el volumen de los senos, se los han realzado, y la han iluminado. De una persona con un tipo excelente, han construido una imagen de formas imposibles.






La modelo Tyra Banks y la sexy actriz Kelly Clarkson, sufren una transformación tal que las convierten en figuras distintas.





Esta modelo, para ocupar el espacio de una portada, es retocada en múltiples detalles, pero es particularmente llamativo cómo se le modifica el volumen y la forma de sus senos.



El resultado es que las pequeñas, sobre todo ellas, admiran de forma desmesurada a personajes que no son en absoluto reales. Quieren tener la constitución minimalista de las modelos –la mayor parte de las cuales sufren lo indecible para mantener ese peso que apenas ofende a la gravedad−, los senos, grandes y mirando siempre al cielo, como las operadísimas de la tele, y el cutis como si se hubieran bañado con jabón de photoshop, ellas, que aún están en edad de usar el gel de nenuco o similares. Aún les falta para llegar a la adolescencia y ya están sufriendo por considerarse horribles. Desprecian su frescura natural, su potencial de alegría, su inteligencia, su sensibilidad, y luchan por negarse aquel helado o un refresco. Tendrán durante mucho tiempo o para siempre esa lacra interna, hecha de la hipocresía que les da nuestra sociedad: no seáis anoréxicas, que es malo, pero ver qué maravillosas son estas mujeres perfectas.

Pues bien, habría que tomar el cuerno por los toros y cambiar la información que les llega. Que se prohibiera cualquier mentira de este calibre, empezando por las formas desproporcionadas de sus muñecas. Ningún anuncio con ninguna operada, especialmente en la calle y en el horario infantil de televisión. Ningún maniquí de tallas extremas.

De alguna forma habrá que cambiar este sometimiento absurdo de las mujeres a los cánones estéticos más férreos. No sé si es una forma más de falocracia o, como en tantos otros casos, lo que inician los hombres, las mujeres lo continúan multiplicado por diez. Parece evidente que los hombres también son mucho más exigentes con las formas de sus amantes masculinos de lo que lo son las mujeres heterosexuales. Pero por ahora no se ven cientos de adolescentes masculinos suplicando por ponerse prótesis con forma de músculo abdominal. No consigo explicarme cuál debe de ser la razón para estos extremos, pero sé que no vamos bien...
Se consiguió que los personajes que fumaban dejasen de resultar atractivos o más fuertes o más misteriosos o lo que fuera. Ahora hay que dar otro paso, porque lo que sucede ahora, no sólo es indigno para el conjunto de las mujeres, no sólo es tremendo para cada una de esas víctimas, sino que es toda la sociedad que se pierde su capacidad para ser felices y hacer felices a los demás.
Quisiera desterrar de todas aquellas niñas, preciosas todas, la idea de emular a las falsas diosas de plástico. Quisiera desterrar de ellas el sueño de ser de una perfección altiva, rígida y de sonrisa contenida. Quisiera borrarles sus futuras obsesiones por dejar de ser ellas mismas. Y quisiera, que es lo peor, también borrarlo de mí misma, que lo aprendí de mi madre; y de mi madre, que con sus incipientes arrugas, sus curvas paulatinas y su sonrisa gigante es, también, guapísima.
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Y de nuevo Jennifer López, antes y después de calzarse la divinidad...

Machismo I: el heredado

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Extractos reales de Economía doméstica para bachillerato y magisterio – Sección Femenina 1958.

Ten preparada una comida deliciosa para cuando él regrese del trabajo. Especialmente, su plato favorito. Ofrécete a quitarle los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero.

Prepárate: retoca tu maquillaje. Coloca una cinta en tu cabello. Hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo.

Durante los días más fríos deberías preparar y encender un fuego en la chimenea para que él se relaje frente a él. Después de todo, preocuparse por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal inmensa.



Minimiza cualquier ruido. En el momento de su llegada, elimina zumbidos de lavadora o aspirador. Salúdale con una cálida sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle. Escúchale, déjale hablar primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los tuyos. Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés, y sus necesidades reales. Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón cómodo, o que se acueste en la recámara. Ten preparada una bebida fría o caliente para él. No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones su juicio o integridad. Recuerda que es el amo de la casa.



Anima a tu marido a poner en práctica sus aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente. Si tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres. Al final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo en la mañana. Prevé las necesidades que tendrá a la hora del desayuno. El desayuno es vital para tu marido si debe enfrentarse al mundo interior con talante positivo.

Una vez que ambos os hayáis retirado a la habitación, prepárate para la cama lo antes posible, teniendo en cuenta que, aunque la higiene femenina es de máxima importancia, tu marido no quiere esperar para ir al baño. Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la hora de ir a la cama… si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello, espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultar chocante para un hombre a última hora de la noche. En cuanto respecta a la posibilidad de relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así, no le presiones o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes. Es probable que tu marido caiga entonces en un sueño profundo, así que acomódate la ropa, refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para el cabello. Puedes entonces ajustar el despertador para levantar un poco antes que él por la mañana. Esto te permitirá tener lista una taza de té para cuando despierte.




Ésta fue poco más o menos la información que recibieron nuestras madres y abuelas. Aún hemos salido demasiado bien para lo que se cocía... Si no supiéramos que habla de un género de persona, podría muy bien ser la clase que le da un adiestrador a un perro: sé obediente, él es el amo, intenta no aburrirle, accede humildemente, no molestes con los ruidos...