En espera del síndrome islandés

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Primero fueron los controladores: infames demonios que hicieron una demostración de verdadera maldad al plantarse ante su empresa y el gobierno de todos que, casualmente, quería imponerles cambios laborales coincidiendo con un puente.


Luego los conductores de trenes: su empresa les venía alterando horarios, turnos y obligatoriedad de pernoctar fuera de casa (olvidémonos por un momento de quién acaba realmente pagando todos esos hoteles) por ‘estrictas necesidades del servicio’. ¿A quién se le ocurre quejarse sino a satanás redivivo?! Esos demonios del volante ferroviario, que no dudan un segundo para perjudicar al público. Poco les ha faltado a los noticiarios para afirmar que se perjudicaban expresamente para fastidiarnos. Y para afirmar que viven mejor que los políticos o que los asesores de Endesa, si fueran cosas distintas. ¿Que por qué mienten? Los medios tienen miedo. Los amos de los medios, claro. Porque si nos llegáramos a poner de su lado, si llegáramos a descartar sus mentiras y a quedarnos con lo que en realidad está sucediendo, si apoyáramos a los que deciden plantarse y decir ‘hasta aquí hemos llegado y no nos achantamos más’, quién sabe dónde podríamos llegar juntos.

Ahora nos meten noticias de Egipto o Túnez hasta por la vena. De lo cual me alegro, naturalmente. Pero también por casualidad, se habla de una España modélica en su transición (si es que la hubo), pero se obvia la realidad que se ha producido en un país de nuestro medio, Europa, y en una realidad como la nuestra: un país en una grave crisis debido a la especulación financiera. Hablo de Islandia.



En los últimos tiempos, los islandeses, mediante manifestaciones masivas y pacíficas, tomando la calle, han conseguido derrocar su gobierno. Han nacionalizado los bancos. Se han negado a pagar la deuda externa –puesto que consideran que no son los habitantes los que deben cubrir los huecos que han dejado los especuladores–, han dictado nuevas leyes sobre la manipulación informativa (son grandes defensores de Wikileaks y se han declarado ‘paraíso de la (verdadera) libertad de expresión’, con la consiguiente defensa de los informadores y periodistas), investigan a los responsables, encausan a los banqueros, arrestan a algunos antiguos políticos, y están reescribiendo su constitución.

Pero todo eso, tan importante, una demostración flagrante de que es posible (yo diría que necesario), que hay una revolución pendiente y que ya está pasando, si todo eso se difundiera, bien cabe la posibilidad de que acabara por resultar contagioso. Y los grandes laboratorios no han inventado la vacuna que inocularnos para anular nuestra indignación, así que sólo les queda escondernos la verdad.

Yo, como dijera Pedro Guerra, sólo puedo decirle al pueblo islandés “Contamíname”. En efecto: ojalá se difunda toda la información sobre el proceso liberador de ese país, ojalá nos contagiemos todos y salgamos en todas partes a tomar las calles, a recuperar lo que nunca debió dejar de ser nuestro. Y no hablo sólo en términos económicos. A estas alturas, cuando se demoniza a cuanto bicho viviente decide plantarse ante el recorte de sus condiciones laborales, hay que referirse incluso a una cuestión de dignidad.
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