Pongamos que tú, que me lees, eres una humilde repartidora de correo de una importante empresa. Pongamos que la telefonista de esa empresa enferma (una baja de aquéllas largas por depresión) y te ofrecen sustituirla. Pongamos que convences al jefe de sección que, como telefonista, necesitas un sofisticado pinganillo que te libere las manos (no se sabe si para tomar nota o para limarte las uñas, pero parece imprescindible), y recoja las tres líneas telefónicas a un tiempo. Supongamos también que la legítima ocupante de la plaza se recupera y vuelve a su trabajo. ¿Qué sentido tendría que tú, de vueltas con el carrito del correo, te empecinaras en que debía retirarse el pinganillo? ¿Acaso se puede considerar siquiera esa actitud de “o mío o de nadie”?
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Supongamos que tienes un simpático mocoso de dos añitos al que quieres educar para que sea respetuoso, socialmente maduro y de modos pacíficos. Supongamos que en el parque anda jugando con una pelotita de otro niño, absolutamente enfrascado en hacer puntería con su aún poco hábil piececito en pleno centro de la esfera roja para comprobar, fascinado, el efecto rodante de su empuje. Supongamos que te mira sonriente, satisfecho de su récord de 40 centímetros, y descubre con pavor que otro niño juega tan ricamente con SU cubito, SU palita y casi con SU arena. Tú, traidor, lo has permitido. Así que con la pelota en una mano, y con una mirada de rabia hacia el usurpador y hacia ti, progenitor desleal, avanza para recuperar sus pertenencias. Probablemente incluso le atice un sopapo al mocoso rival. Tú, como educador responsable, puedes actuar de diversas maneras, pero en absoluto sería recomendable ese gesto que hemos visto muchas veces y que consiste en la risa, en el consentimiento, y en la aceptación con un leve “es que mi niño tiene mucho carácter”. No, no es en absoluto aceptable, queda claro: la arena, obviamente, es de todos y, puesto que no se puede jugar a un tiempo con el balón y el cubito, es deseable que reflexione sobre el espíritu de participación que rige en ese espacio común.
Pero, con unos años más –edad medida en arrugas, que no en neuronas−, en cuanto la sociedad cursa una baja por depresión y acepta de mala gana que le tomen el puesto de mando niñatos grandes, tanto da si con melenas o con barbas, cuando dicen este pinganillo es sólo mío, con este cubo y esta pala sólo puedo jugar yo, este Sitel que compro en nombre de todos, sólo yo puedo decidir cuándo es aplicable; cuando eso sucede, la sociedad, legítima ocupante del puesto, progenitores responsables de los niños que avanzan con ambición inapropiada, deberíamos, cuanto menos, expedientarlos por su nula capacidad de trabajo en equipo, por su ineptitud para los puestos de participación, por su incompetencia para ceder y jugar por turnos con el balón o las palitas con la arena de todos. Ellos, que además presionan para que esos que deciden por encima de todos nosotros qué es apropiado aplicar y qué no, que se pelean entre ellos para colocar otro tutor-amigo en el reino de los cielos del tribunal constitucional –incumpliendo, por tanto, la separación de poderes que garantiza el estado de derecho y, por consiguiente, una verdadera democracia plena−, esos niños maleducados, esos adolescentes abusones, esos adultos que creen que pueden imponer la ley del más fuerte, o la del que chilla más, o la del que tiene más amigotes en el bando de los tutores o en el de los tribunales o en el del departamento de recursos humanos, ésos, que consideran que la arena del parque debe ser suya y sólo suya, debieran ser depuestos con urgencia. Y, de la misma forma que el padre, que ‘despierta’ cuando su hijo ya es un adolescente insoportable, esta sociedad debiera admitir que esos niñatos han actuado sin ninguna educación, como verdaderos abusones, desde hace demasiados años; pero nunca es demasiado tarde para empezar a educar. Aunque ahora cueste más, sus pataletas sean más chillonas y pretendan intimidarnos con sus formas abusivas y mentirosas, hay que recordarles (y recordarNOS) que el mango de la sartén es nuestro, y picarles en la mano cuando traten de alcanzar lo que nunca fue suyo. Echémosles de donde no deban estar, quitémosles aquellos instrumentos que no es apropiado que tengan y hagámosles entender que, si no respetan el juego democrático, mejor que se salten esta ronda de juego.
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10 comentarios:
Pues tienes toda la razon. Actuan como el compañero de trabajo trepa y caradura y como el niño repelente que no educan y va tocandolo todo (sobretodo las narices de la gente) a sus anchas. Buena comparacion. El Sitel lo compre yo y digo contra que delincuentes se usa je je je.Tendriamos que `poder decirles "a la señu vas".Besos.
Son lo que siempre han sido y quieren ser:los dueños del cortijo con derecho a pernada.
Quienes deben quitarle el cortijo por mafiosos no están por la labor.
No sé si serán ciertas las encuestas.No sé si habrá maquillaje.Si sé que gran parte de la ciudadanía quiere que vuelvan a ocupar el cortijo
Un abrazo
deberías de estar en educación: eres la tipiña más didáctica que uno se pueda imaginar. ¡Olé tu madre!
La solidaridad, el compartir...son valores olvidados por muchísimos.
¡que tristeza! cuando lo que más nos hace crecer y en el fondo ser felices es la generosidad.
Biquiños
Bueno, esta es mi Susana, rabia y razones. Coherencia e inmejorable argumentación. Desde todos los puntos de vista, considero que tienes razón. (Y qué ameno es leerte)
Ay, el "mío, mío, mío" que señala el comienzo de la propiedad privada y la primera fase capitalista de la acumulación.
Aprender de mayor se hace más difícil. Pero eso no es impedimento para perseverar en las estrategias de educación.
De la palita en la plaza a la arena política, Susú, eso podés hacerlo en unos pocos párrafos. Así es. Es el recorrido de ese arco. Chapeau! y un abrazo muy fuerte.
Y como no se debate eso, que es lo esencial, hay que debatir después sobre la violencia de género, por ejemplo, sobre justicia, sobre igualdad, sobre solidaridad,...
Estoy de acuerdo con lo que te dice María Jesús. Tienes una capacidad pedagógica asombrosa.
Toda la razón actuan como si de su propio cortijo fuese.
Un beso. Buenísima entrada
Aplausos, señorita.
En mi ciudad circula un detestable comercial de jabón para lavarropas donde un niño maleducado difrazado de rey decreta que "este fin de semana, yo, el rey Carlitos,decido que mamá no hará otra cosa que jugar conmigo y papá no atenderá llamados de trabajo".
Es un pequeño ejemplo cotidiano de cómo se instala el yoísmo hasta en una estúpida propaganda de jabón.
Déjame contarte lo que me gritó mi padre cuando niña: "en esta casa nada es de nadie. No tienes un cuarto, ni una guitarra, ni un libro. Todo es de todos".
Son pequeñas lecciones que todo Carlitos debería escuchar a los seis años para no replicar su sueño egoísta cuando, como dices, sigue siendo un niño con barba y bigote.
Perverso polimorfo, dice el psicoanálisis de aquel que no sabe frustrarse.
Enfermedad social, digo yo, cuando se hace extensiva a la política.
Desde el niño que lo quiere toda para él. Hasta los que nos gobiernan, es un decir, que solo piensan en "su bien común". Pasando por el compañero de trabajo que si tiene que apartarte de un empujón, lo hace o simplemente no le pasa por la cabeza de que lo que es mejora para él puede serlo para los de su alrededor.
Hay maneras de demostrar a todos los niveles que no estamos
de acuerdo.
Eduación. Tener una actitud critica en positivo.
Un abrazo
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